(A continuación reproducimos el comunicado conjunto de la Juventud Comunista de Almería y de la Juventud Comunista de Zamora en torno a la convocatoria del 14 de Noviembre)
La búsqueda de la salida de emergencia que
el capitalismo necesita para solventar su crisis sistémica sigue su curso. Para
el gran Capital el pasillo, empedrado con millones de obreros en paro y
desahuciados, hacia esa puerta llamada “crecimiento económico” se estrecha y ha
de deshacerse de algunos de los sectores con los que, hasta 2008, caminó de la
mano por aquel gran salón del Estado del bienestar,
que era solo la dictadura del capital con rostro humano y que se sostenía sobre
los pilares de la explotación de la clase obrera y el expolio, a manos llenas, de tres cuartas partes de la humanidad.
Los mecanismos que la clase dominante ha activado, en forma de ajustes, muestran que el capital se ha empeñado en
grabar a fuego la “marca España” sobre los
trabajadores mediante esas medidas impuestas a golpe de porra en todos los
rincones donde habita el proletariado y que permiten sacar pecho a los
tertulianos que gobiernan el país cuando se reúnen con sus socios de la Troika y el Bundesbank.
Los “recortes” y la clase dominante
Primero ha de aclararse: el proceso de reformas de la alianza
estructural, formulada en el Estado español a través de la intocable constitución y revalidada cada cierto
tiempo por los “pactos sociales”, se encuadra en el nuevo esquema configurado
por la burguesía española, en conexión con el imperialismo europeo, para seguir
aplastando a la clase obrera. El PP no está haciendo otra cosa que seguir los
pasos del PSOE (que sigue en sus trece junto a Izquierda Unida en Andalucía),
porque el ataque a la clase obrera es un pacto transversal sellado por los
poderes de Europa donde la única problemática está en si se va a robar al
obrero con la mano derecha o con la mano izquierda. Un matiz, derecha-izquierda, que hemos de ver en el marco de la
lucha de clases para saber contextualizar las reformas y no caer en los juegos
del oportunismo.
La unidad temporal entre el capitalismo español y el europeo da señas de
que la “soberanía nacional” no ha sido transgredida por ningún agente exógeno,
como señalan desde los portavoces oficiales de la democracia hasta algunos
“anticapitalistas” que definen la situación mediante la supuesta “pérdida de
soberanía” del pueblo español. Esto sólo pueden
decirlo aquellos que confían en que de la farsa de las urnas pueda salir alguna
vez algo que para la clase obrera no sea dictadura del capital; esto sólo
pueden afirmarlo los que quieren hacer creer a los trabajadores que las
relaciones entre estados puede darse, bajo el capitalismo, en forma solidaria y comunitaria, y
no a través de una lucha por imponer unos determinados intereses nacionales
sobre otros.
Las reformas pues coinciden escrupulosamente con los intereses del
capitalismo español, y generan fricciones entre los mismos sectores que forman
la dictadura del capital en el Estado español: la burguesía monopolista (el
capital financiero e industrial), las burguesías nacionales (vasca, galega y
catalana), la pequeña burguesía y los sectores populares privilegiados (la
“aristocracia obrera”, cuyo mejor representante es el sindicalismo
mayoritario). Los cambios en el sistema educativo y sanitario, en la seguridad
social, en las relaciones laborales... no son otra cosa que el modo en que
cristalizan ante nuestros ojos los cambios en la correlación de fuerzas dentro
de esas clases que ocupan el Poder. En esto contexto la Huelga General convocada por los sindicatos
mayoritarios muestra, precisamente, que esos cambios en lo alto de la
estructura social, que comprometen a toda la sociedad, se cometen en medio de
la lucha entre la misma clase dominante en donde la burguesía monopolista (los
Botín, Ortega, Roig, etc.) hace de sus deseos ley. La Huelga General se
convierte, en este marco, en un refrendo de la aristocracia obrera frente al
capital monopolista, al que los comunistas no podemos acudir para apoyar al
sector más crítico o radical de
estos elementos con la excusa de la “unidad”, dado que la aristocracia obrera
defiende intereses de clase, no solo ajenos, sino antagónicos a los de la clase
obrera. Los comunistas por el contrario, hemos de movilizarnos para señalar el
carácter de clase de cada uno de los actores sociales
así como las verdaderas tareas que ha de acometer el proletariado consciente.
¿Por qué ahora?
Las CCOO y la UGT son la punta del iceberg de la aristocracia obrera.
Son los representantes de esos sectores populares beneficiarios de la
explotación del conjunto de la clase trabajadora y de los países oprimidos, que
se aupó al poder en un contexto social (el de la transición) en donde la correlación de fuerzas entre
las clases posibilitó que unas cuantas migajas fuesen del lado de los
asalariados: por un lado estaba la necesidad, económica y política, de la clase
dominante en España de abrir espacio a otras clases para gestionar el poder, a
imagen y semejanza del resto de estados europeos, de otra parte estaba el
movimiento obrero como sujeto desestabilizante de la reforma controlada. Estas dos cuestiones entrelazadas
eran la base para que un sector de la clase asalariada accediese al Poder,
dentro de la democracia capitalista. Desde ese momento y durante tres décadas
hay una alianza estable entre el gran capital y el resto de los sectores ya
mentados, que se resumen gráficamente en los pactos de la Moncloa y de Toledo.
Con el acceso a ministerios de cargos sindicales y con el paso de éstos, cual
parlamentarios, de la esfera pública a la
privada para recibir recompensa por sus servicios prestados.
Hoy el escenario se muestra distinto. La burguesía necesita “soltar
lastre” para tener más poder y abaratar, con más facilidad, la fuerza de
trabajo. Con una clase obrera desprovista de sus instrumentos de lucha y con
una aristocracia obrera sin la suficiente base, ni económica ni política, para
ofrecerse a la burguesía como fuerza de contención, el capital no necesita el
elevado número de vendeobreros que durante estos
años ha tenido en sus organismos de gestión política y administrativa. El
sindicalismo mayoritario, convertido hace mucho al parasitismo capitalista
pierde su máscara de actor social,
descubriéndose lo que ya sabía cualquier proletario que en su vida laboral se
haya topado con ellos: que estos representantes de la podredumbre del sistema
capitalista son incapaces de hacer algo distinto que no sea intentar salvar su
condición de paniaguados, que excede con creces (a través del salario diferido)
a la “burocracia sindical” a la que limitan su crítica el revisionismo y el
oportunismo.
La ofensiva del capital y la clase obrera
Ante esta situación la mayoría del movimiento obrero y alternativo trata de construir un bloque de referencia para
la clase, siempre, aunque en distinto modo, a través de un sindicalismo
“verdaderamente combativo” que lleve la lucha sindical de los despachos a la
calle, recorriendo hacia atrás el camino que el sindicalismo ha recorrido a lo
largo de la historia. Se intenta, en definitiva, conformar un proyecto político
que luche contra los recortes y lleve al sindicalismo a ser lo que fue en otro período.
Pero hay que entender el sindicalismo, no como simple actividad sindical sino como línea política
consistente en ir agregando los distintos problemas que asolan a la clase
obrera (paro, pobreza, exclusión, vivienda, racismo, etc.) a una especie de
tablero de reformas en donde la solución de
cada cuestión se encuentra compartimentada. El sindicalismo es aquella
propuesta política que encierra a los trabajadores en el tira y
afloja con el patrón y con el Estado burgués: más salario,
más derechos sociales, más reparto justo… que en el siguiente reajuste del capital
volverán a ser barridos para que empecemos de cero, pues son solo concesiones
temporales que el capital se ve obligado a realizar en un contexto de ascenso
de las luchas populares. Pero estas luchas, por más que estén dinamizadas por
“revolucionarios” y se pretendan para, con buenas intenciones, “acumular
fuerzas”, no sirven más que para plantear a la clase dominante una revisión de
sus políticas para con los trabajadores Y no otorgan a la clase obrera una
conciencia revolucionaria que eleve al movimiento sobre la meraresistencia a los envites del capital monopolista, para lo que ni siquiera están sirviendo. Si
acaso ayudan al “anticapitalismo” existente a ponerse en la cola de la
aristocracia obrera y ser vehículo de la ideología burguesa entre los
trabajadores.
Para crear conciencia revolucionaria entre
las amplias masas obreras, es decir para construir el movimiento revolucionario,
es necesario, en primer lugar, que reconstituyamos la ideología de la clase obrera, pues si no hay teoría revolucionaria no puede haber movimiento
revolucionario. Es decir, si no se tiene en cuenta la
experiencia histórica de la clase obrera y no se lucha contra las bases
teóricas del reformismo que supura al movimiento obrero y las luchas
espontáneas, recolocando al comunismo revolucionario en la vanguardia
ideológica de la clase obrera, es imposible desarrollar una línea general sobre
las tareas de la Revolución. Solo con el desarrollo consciente de esta labor es
como podrá ponerse en pie el movimiento revolucionario organizado que a través
de la ejecución de programa político ponga en práctica la transformación
de las condiciones de vida de los trabajadores, unificando esa conciencia revolucionaria con el movimiento de
masas, entendiendo este conjunto organizativo proletario como Partido Comunista. Y su constitución implica un largo
proceso que (siendo realistas y no dejándonos llevar por los distintos
movimientos espontáneos que tan pronto aparecen como desaparecen, que están
accionados por la política que sigue el capital o que, directamente,
representan intereses distintos a los del proletariado) choca radicalmente con
las medidas cortoplacistas e infantiles que esgrime el oportunismo, se vista
de rojo o de anarconsindical, que
no logra salir de esas inercias sindicalistas que son las que precisamente han
despojado al proletariado de sus organismos de combate que a lo largo del siglo
XX hicieron temblar el poder internacional de la burguesía. Unas lógicas
reformistas en donde lo que se llama “revolución” (o “proyecto
constituyente”, a gusto del consumidor) no es más
que una componenda con amplios sectores de la clase dominante a través de la
cual se repartiría justamente la
riqueza social entre capitalistas y trabajadores. Toman el Estado en abstracto
y no como un instrumento de una determinada clase.
Tal es así que incluso se habla, con bastante ligereza, de construir,
“poder popular” o “contrapoder”, pero eso sí, limitando ese poder del pueblo a ser el espíritu ético de la burguesía (salvo algún
“oligarca” a nacionalizar) a la que se hará
entrar en razón a golpe de los decretazos impuestos por el Estado… ¡de los
propios capitalistas!. El mismo Estado diseñado exclusivamente para aplastar a
la clase obrera en la producción o para expulsarla de la misma, para dejarla
sin hogar e ilegalizar sus organizaciones, para limitar el derecho a
manifestación y encarcelar a los más conscientes o para pisotear los derechos
nacionales de los pueblos.
Porque desde el punto de vista de la Revolución Socialista, “poder
popular” no puede ser una consigna vacía que se grite en aras de captar más
votos en unas elecciones en las que la burguesía reparte su poder. Poder Revolucionario significa instituciones nuevas, creadas por y
para la clase obrera y cuya tarea primordial es luchar contra las instituciones
del Estado capitalista edificando el programa emancipatorio del proletariado. La Revolución no es un problema de dirección, sino de construcción.
No puede pretenderse que la revolución consista
en agazaparse tras los movimientos espontáneos, perdidos en la conciencia
sindical, para soltarles un par de consignas que los radicalice y los lleve a la “insurrección”. Si el
poder burgués es la alianza de las facciones del capital para ejecutar su
programa político (sus intereses de clase) el Poder proletario ha de ser la
unión de la clase obrera ejecutando su programa revolucionario. Aquí no existen
subterfugios.
El programa de acción que se crea de enraizar la ideología
revolucionaria, depurada de oportunismo, con las masas proletarias a través del
Partido Comunista, solo puede tomar tierra con la sucesiva edificación
del Poder popular que solo puede significar, para la clase obrera,
confrontación de la dictadura del capital con la democracia de los
trabajadores, con la dictadura revolucionaria del proletariado. Observarlo
de otro modo es, simple y llanamente, inducir a la clase obrera por el camino
del pacto social, de la transacción mercantil entre intereses políticos que le
son ajenos y que no proponen, más allá de las formas, nada que se aleje un solo
ápice de la democracia burguesa, de la dictadura del capital.
"El capitalismo es un sistema
imposible de reformar. La tarea histórica del proletariado moderno es
destruirlo, no reformarlo“
V.I. Lenin
Juventud Comunista de Almería
Juventud Comunista de Zamora
Noviembre 2012
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