PRESENTACIÓN
Recientemente
unos camaradas han hecho llegar a REVOLUCIÓN PROLETARIA el documento
al que estas líneas precede y que lleva por título “Entre
congresos y convergencias: destruir lo viejo y construir lo nuevo”.
Este documento es una más de las expresiones que a día de hoy
reflejan el avance de las posiciones marxista-leninistas en el seno
del movimiento comunista. Queda mucho por hacer para acabar con la
hegemonía del revisionismo, pero trabajos como el de estos
camaradas, que apuntan directamente a las problemáticas que hoy
plantea resolver el comunismo revolucionario, dan muestra de la
potencialidad de lo mejor de la juventud proletaria, que va tomando
consciencia de que en el seno del movimiento obrero es necesario
implementar la consigna de destruir lo viejo para construir lo
nuevo.
Entre
congresos y convergencias: destruir lo viejo y construir lo nuevo
En estos primero meses del 2016, varias organizaciones del movimiento
comunista están desarrollando sus procesos congresuales.
Desde el crash económico de 2007 y la ulterior agudización
de la crisis política y social, es difícil contar todas las
conferencias y congresos, unidades y convergencias, plataformas y
coordinadoras en las que buena parte del “comunismo” en el Estado
español se ha dado cita para relanzar sus respectivos proyectos. En
la mayoría de casos todos los frentes obreros, republicanos,
antifascistas, cívicos etc. que han aparecido dogmáticamente como
propuestas estratégicas de estas reuniones no han escapado de
los dominios del papel, por más que sus estrategas sean los más
fervorosos defensores de la “práctica”, concebida exclusivamente
como seguimiento de las luchas de resistencia económica que la clase
obrera ya desarrolla por sí misma.
La única estructura organizativa componente de lo que puede
denominarse bloque hegemónico en el movimiento comunista que ha
cosechado cierta resonancia a la hora de aplicar su programa ha sido
PCE-UJCE. En los últimos tiempos los “éxitos” de esta
organización se ciñen al ámbito parlamentario, por su
participación en los llamados “gobiernos del cambio” a nivel
local y autonómico. En el actual contexto la juventud comunista debe
hacer una lectura marxista de lo que esos gobiernos de cambio
representan, dejando a un lado la alegría que a algunos
elementos les produce la charca del parlamentarismo.
Desde el punto de vista general de la lucha de clases, y al calor de
la experiencia acumulada por el proletariado revolucionario a lo
largo de la historia, los gobiernos “obreros y populares” que
gestionan los Estados burgueses no hacen sino apuntalar la dictadura
del capital sobre las masas trabajadoras. El carácter de clase del
Estado capitalista, por mucho que se quieran depurar sus déficits
democráticos, hace imposible que sus instituciones puedan
ponerse al servicio de la clase contra la que naturalmente se
han erigido y perfeccionado. Y es que todo Estado es democrático y
dictatorial a su vez, de modo que la democracia parlamentaria de la
burguesía es la mejor envoltura de que se reviste la dictadura del
capital para reproducirse en su fase imperialista. No puede hablarse
de democracia en abstracto ni puede creerse que el parlamentarismo
puede modificar el carácter de clase del Estado, es decir, que la
inserción de las “fuerzas populares” en las instituciones
burguesas permite transformar la vida de los sectores oprimidos por
la burguesía. Ninguna revolución proletaria se ha desarrollado de
este modo, más bien al contrario, se ha desarrollado siempre
directamente contra el Estado burgués, enfrentando a la dictadura
del capital los organismos de su dictadura revolucionaria, que hoy
sólo se desarrollará a través del Partido Comunista en tanto
movimiento revolucionario organizado de la clase obrera, fusión
del socialismo científico con el movimiento obrero.
Desde un punto de vista más concreto, las convergencias se
han mostrado como momentos de encuadramiento institucional de los
movimientos espontáneos que apuntaban a reavivar el conflicto social
en el Estado español. Las diversas luchas desarrolladas fuera de
los mecanismos del Estado burgués en los últimos años, han sido
encauzadas (el mejor exponente es el caso del Movimiento del 15M, ni
mucho menos revolucionario, ni siquiera potencialmente en el contexto
político que se dio, pero exponente de la crisis política de las
instituciones burguesas) para suturar las heridas del régimen del 78
y reavivar el pacto histórico de la clase dominante. Un pacto
en el que de nuevo figurará el gran capital monopolista, las
burguesías nacionales periféricas y la aristocracia obrera, si bien
estos últimos sectores vienen siendo desplazados metódicamente a
golpe de Troika. Así es como el nuevo reformismo representado en
Podemos aparece en escena, como negociante de los intereses de clase
de la aristocracia obrera, ocupando en términos parlamentarios el
papel que en su día jugaron el PCE de Carrillo o la IU de Anguita,
colaboradores necesarios del régimen constitucional.
Históricamente la socialdemocracia, el viejo movimiento obrero, ha
sido un puntal de los Estados burgueses. Hoy la socialdemocracia
simplemente aparece como movimiento de mendicidad ante el estado de
cosas, dominado sin tregua por el capital monopolista. El ejemplo más
desarrollado de esta situación lo encontramos dentro de la Unión
Europea en Grecia: tras catalizar a los diversos movimientos de
reforma social hacia un programa común que los unificase, tras
acceder a las instituciones para sostenerlas, el gobierno Syriza ha
tragado todas las ruedas de molino de la Troika. Así, el factible
programa de la reforma social ha mostrado hasta donde llegan sus
límites: no sólo es incapaz de poner en marcha su timorato proyecto
de conquista de las viejas instituciones, sino que ni tan siquiera
alcanza para arañar unas migajas en beneficio de las clases
oprimidas.
Las syrizas españolas no han realizado ninguna evaluación
seria de todo este proceso, pues su respuesta ha sido que cuando les
llegue el turno aquí, se mostrarán mucho más firmes al
negociar con los mercados. Aunque viendo a nuestro diputado
“marxista-leninista”, el que combate al neocarrillismo,
intentando mediar entre PSOE y Podemos para formar un “gobierno de
izquierda” que abra paso a un nuevo “proceso constituyente”,
la clase obrera puede ir preparándose, porque va a ser humillada y
aplastada una vez más por el bien de la bendita democracia
parlamentaria. Claro que las alternativas que inmediatamente emergen
dentro del bloque hegemónico del movimiento comunista representan
estratégicamente lo mismo. Y esto sucede en Grecia como ocurre en el
Estado español.
Desde hace décadas los programas de acción que dominan el
movimiento comunista, están limitados al posibilismo político, a la
reforma. Este es un problema que afecta directamente al movimiento
comunista internacional, y para cuya explicación cabal hemos de
acudir a las bases teóricas y políticas del comunismo y al
desarrollo histórico de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) a lo
largo del pasado siglo. No obstante sus efectos se hacen inmediatos
en todas las esferas de la lucha de clases. La ausencia de referente
revolucionario condiciona la ofensiva de la burguesía que se
desarrolla a todos los niveles, el ideológico, el político, el
cultural, el económico, etc. y que no encuentra freno en el
reformismo, cuya presión política sólo ha obtenido
resultados cuando se ha presentado como alternativa… ¡a la
revolución! pues eso y no otra cosa ha sido el Estado de
bienestar, una cesión de la clase dominante en un contexto
histórico donde avanzaba imparable la RPM.
Decimos que hay una línea que unifica las diversas expresiones
estratégicas que se dan en el movimiento obrero, y en lo que
mayoritariamente se defiende en el seno del movimiento comunista,
porque los ejes estratégicos de los diversos programas de acción
son siempre los mismos. Sin duda en el trabajo de PCE-UJCE es donde
los resultados se muestran de forma más gráfica, pero la esencia de
clase es la misma. El programa revisionista tiene como punto de
partida las luchas inmediatas de resistencia al capital, es decir, la
conciencia en sí, burguesa, de la clase obrera y tienen como meta el
Estado burgués. Esta tensión movimiento de reformas-Estado
burgués es la que recorre hoy todos los programas
“revolucionarios” y a quien objetivamente defienden es a la
aristocracia obrera. Si como marxista-leninistas sólo podemos
concebir el socialismo como el periodo de dictadura revolucionaria
del proletariado en transición al Comunismo, para el revisionismo el
“socialismo” tiene como columna vertebral el Estado burgués, no
es más que la versión “radical” del Estado de bienestar,
pues es desde su gestión desde donde pretenden implementar sus
“programas mínimos” de reformas que, sin embargo y no se sabe
cómo, generarán “conciencia revolucionaria” y socavarán, eso
nos dicen, las bases del régimen capitalista. A estas propuestas
revisionistas se le han dado muchos nombres, que en la base tienen la
tesis de la etapa intermedia entre capitalismo y socialismo y
que en el Estado español se han concretado en el afianzamiento del
dogmatismo y la solidaridad con el “socialismo del siglo XXI”,
que emparentados dieron como fruto el republicanismo, bandera antes y
después del crash económico, de ese bloque hegemónico en el
movimiento comunista que comprende la “revolución” como la suma
de los frentes sectoriales de lucha económica, de resistencia, de la
clase obrera.
Hay que apuntar que esta línea estratégica común a la gran mayoría
de organizaciones que se dicen comunistas tiene toda una lógica tras
de sí que viene a reproducir los límites del viejo movimiento
obrero, basado en la lucha sindical y el parlamentarismo. La
bancarrota de la Segunda Internacional, la necesidad sentida por la
vanguardia revolucionaria hace un siglo de constituir un movimiento
obrero de nuevo tipo, tenía su origen en que el movimiento
obrero tal como había surgido, al calor de su defensa inmediata
frente al capital, es decir, de la reproducción de su explotación
sobre mejores condiciones, sólo podía encontrarse realizado a
través de los mecanismos de reproducción de toda la sociedad
existente, cristalizados en el Estado capitalista. Precisamente lo
que vino a poner en valor la Internacional Comunista frente a la
Segunda Internacional, lo que convierte la tesis leninista del
partido obrero de nuevo tipo en algo cualitativamente superior
al movimiento obrero reformista, es que el punto de partida del
movimiento revolucionario en la fase imperialista del capital sólo
puede situarse en la conciencia revolucionaria, en el socialismo
científico que surge fuera del movimiento obrero. Es la
comprensión de los principios del comunismo como síntesis de las
lecciones de carácter universal que nos proporciona la revolución
en su desarrollo y la articulación de un movimiento político desde
éstos, y para construir la nueva sociedad mediante la violencia
revolucionaria, lo que distingue al comunismo de la vieja
socialdemocracia.
Por ello, la juventud comunista encuentra hoy entre sus tareas
básicas, más allá de congresos y convergencias en
que los debates viran en torno a cómo reformar el capital y se
teoriza sobre “práctica” sindical y parlamentaria; la de
reapropiarnos de las lecciones universales de la RPM a través de su
estudio; la de recuperar los clásicos del marxismo-leninismo
de una forma realmente crítica, y no para validar mecánicamente la
actual práctica reformista; la de organizarnos políticamente contra
el revisionismo y el oportunismo siendo conscientes de que las
actuales estructuras en que se concretan no sirven a los intereses
revolucionarios de nuestra clase, por más que en lo concreto debamos
tenerlas en cuenta como frente de batalla. La obra
revolucionaria se desarrolla destruyendo lo viejo para construir lo
nuevo y todo ese bloque mayoritario que hoy domina nuestro movimiento
forma parte de lo viejo.
“El tránsito a la organización revolucionaria es una
necesidad, lo exige el cambio de situación histórica, lo reclama la
época de las acciones revolucionarías del proletariado; pero este
tránsito sólo es posible si se salta por
encima de los antiguos líderes, estranguladores de la energía
revolucionaria, si se salta por encima del viejo partido,
destruyéndolo”
Lenin