viernes, 22 de junio de 2012

Sobre la expulsión de los colectivos de Almería y Zamora de la UJCE


Desde unos meses para aquí la dirección de la UJCE viene preparando la expulsión de los colectivos de Almería y Zamora. El proceso se ha ido alargando en el tiempo no porque la decisión no estuviese tomada (de hecho está decidida de antemano previamente a las formalidades del Comité Central de Mayo), sino porque la dirección de la UJCE se encuentra debilitada y desorientada ante la nueva tesitura política y social y ha tenido que peregrinar por gran parte del mapa político del Estado a fin de “atar todo” antes de promocionar entre las bases el ataque contra nuestros colectivos. Esta atadura no consiste en otra cosa que la de intentar crear una especie de “cordón sanitario” contra el peligro bolchevique, buscando un cobarde “pacto de no agresión política” con camaradas de otras organizaciones para que no se genere un debate teórico y político profundo que perjudicaría al revisionismo de la UJCE, demasiado empantanada en el organicismo y en su inexorable camino hacia la derecha, palabrería a parte, y poco preparada para defender su línea oportunista y revisionista ante cualquiera que plantee el debate en términos marxistas, algo por lo que la dirección tiene que perseverar en el menudeo político entre bastidores. 
La decisión de expulsión que conocemos desde hace un tiempo, no nos quita el sueño a los comunistas, sin embargo hemos de realizar una serie de puntualizaciones a fin que nuestro conflicto con la dirección de la UJCE no quede en un asunto burocrático, pues como decimos este responde a cuestiones más amplias y que hallan su explicación en una dirección que se encuentra acorralada ante el viraje hacia la izquierda del Movimiento Comunista en el Estado español, que teme a unas bases que cada vez están más conectadas con problemas de índole ideológico y que, sobretodo, teme su aislamiento ante este giro que trae de la mano el crecimiento de unas organizaciones y el surgimiento de otras nuevas.    
Ante la acusación formal realizada por el Comité Central de la UJCE que nos acusa de “desviaciones fraccionalistas” no podemos por menos de reconocer que los colectivos mentados nos hemos organizado de un tiempo hacia aquí como “Fracción Roja” para luchar contra el revisionismo en el seno de la UJCE, cuestión para la cual, ante las sucesivas direcciones revisionistas que censuran todo debate[1] sólo podíamos adoptar la forma de una coordinación “clandestina”.


Cargos de culpabilidad

Reconocida nuestra organización para luchar contra el revisionismo en el seno de la UJCE, son varias las acusaciones que la dirección ha ido añadiendo en el proceso sancionador a fin de engordar la base, dentro de su ordenamiento jurídico, para nuestra expulsión. Poco nos importa lo que piensen o digan los oportunistas de toda laya que ocupan cargos de dirección o que son sus brazos de madera entre la militancia. Pero nos sentimos obligados a dar explicaciones a los militantes honestos que continúan en la UJCE, y al conjunto del Movimiento Comunista. Y también a la clase trabajadora y la juventud ante las cuales no hay que “guardar” las problemáticas del movimiento comunista sino que hay que sacarlas a la luz pues éstas forman parte de la lucha proletaria. Lo que los revisionistas esconden y ocultan o pretenden solucionar con despachos burocráticos ajenos al proletariado, los comunistas lo tratamos y clarificamos sin problema ante el conjunto de la vanguardia y de la clase, pues ello solo puede fortalecer las posiciones de la Revolución y desenmascarar las de la reforma. Por todo esto hemos de reconocer como se concretan las ambiguas acusaciones que la dirección ha estado filtrando, dicho sea de paso, más allá de lo que sus responsabilidades en la UJCE aconsejarían:

- Somos culpables de haber participado en la Escuela Unitaria de Jóvenes Comunistas coadyuvando a la lucha ideológica con otras organizaciones, mientras la dirección de la UJCE se escondía en su sectarismo. También somos culpables de haber organizado multitud de actividades, de charlas, de escuelas de formación, de debates con diversas organizaciones del movimiento comunista abriendo nuevos espacios para el debate, la lucha teórica y el encuentro.
- Somos culpables de contravenir la línea política de la UJCE por estudiar y analizar los más importantes procesos revolucionarios que se están dando en el Mundo, como el que abanderan los camaradas del PCI (M) en India con la Guerra Popular. Además somos culpables de haberla defendido públicamente siendo así consecuentes con el Internacionalismo Proletario que nos demanda la lucha por el comunismo. Algo que, no podemos negar, seguiremos realizando muy a pesar de la dirección de la UJCE de donde en su día salieron graves insultos contra los comunistas indios o los independentistas kurdos que fueron tildados de “agentes de la CIA[2].
- Somos culpables de publicar órganos teóricos, como La Línea Obrera y Espacio Rojo, los únicos que se publicaban desde dentro de la UJCE y que hacen de la formación y el estudio colectivo no algo puntual en la vida militante, sino la constante en torno a la que ha de forjarse cada cuadro comunista. Presentando en ellos estudios sobre diversos temas que nos han llevado indefectiblemente a desarrollar la lucha teórica y política por reconstituir el comunismo de cara a la lucha revolucionaria en el Estado español. En este sentido también hemos de reconocer nuestra culpa por realizar análisis sobre la reforma laboral fomentando con ello el estudio entre la militancia de base, con el objeto de formar cuadros comunistas que sepan manejarse ante las masas en el mayor número de cuestiones posibles y que no actúen como autómatas ante los mandamientos del reformismo oficial.
- Somos culpables de luchar contra el revisionismo y decir abiertamente que el sindicalismo es reformismo y que las organizaciones tras de las que van los oportunistas en cada manifestación no son más que las organizaciones de la aristocracia obrera y que por su contenido de clase defienden intereses contrapuestos a los de las masas proletarias. Hecho por el cual aunque sean atacados hoy por el gran capital sus intereses de clase se siguen identificando con el pacto social que les brindaba el imperialismo y no con la Revolución Socialista, algo que ocurre tanto por ese carácter de clase ligado a los opresores como por la inexistencia de un verdadero y firme referente revolucionario.
- También recae la culpabilidad sobre nuestros huesos porque nos hemos posicionado de manera decidida en contra del cretinismo parlamentario y de todas aquellas prácticas que en las instituciones no son más que el reflejo político de las luchas económicas y que solo hacen que mantener los prejuicios parlamentarios entre sectores de la clase obrera que se ven engañados por quienes dicen representarlos.
- Somos culpables por haber defendido el comunismo científico frente a las desviaciones revisionistas que pretenden cambiar conceptos para cambiar contenidos. Y la mejor muestra de esto la encontramos en nuestras sucesivas controversias en torno al concepto de dictadura revolucionaria del proletariado. Para el revisionismo este es un concepto del pasado que ha de ser cambiado por la última moda que exponga la intelectualidad burguesa en sus escaparates y pueda adornar alguna campaña electoral. Para nosotros sigue siendo el modo más correcto de definir al Socialismo como etapa previa al Comunismo en la que el estado proletario, el estado de nuevo tipo será la democracia de las hondas masas proletarias y la dictadura contra las viejas clases dominantes. Pero las soflamas contra la dictadura del proletariado que hemos visto en cada Congreso, en cada Conferencia, en cada reunión; son tan viejas como la lucha de clases entre proletarios y burgueses. Y aquí los opositores del comunismo no aportan nada nuevo, aunque lo crean así, y no son más que una burda copia de los renegados de cualquier época: Bernstein, Kautsky, Jruschev, Carrillo, etc. y que están tan acostumbrados a tratar con la aristocracia obrera y a pulular por las instituciones del capital que temen como a la peste los resultados de la lucha de clases del proletariado.

Las  vías “políticas” de resolución

      En cuanto a las vías de resolución del conflicto tomadas por la dirección, más que “vías políticas” habría que decir vías administrativas. Cuanto más hemos incidido en el estudio del marxismo más hemos comprendido las contradicciones antagónicas entre el comunismo y la práctica de la UJCE. Todo requerimiento por esta vía, por el debate ideológico, ha sido censurado.
A inicios de 2011 el colectivo de Zamora mantuvo una reunión a petición de la dirección central con el Secretario General de la UJCE y con los secretarios político y de organización de Castilla y León. Los miembros de la dirección se presentaron en Zamora sin ningún orden del día, a pesar de ser ellos quienes promovieron tal reunión[3]. El colectivo de Zamora presentó un análisis sobre su situación que se remontaba a 2009 y esclarecía temas como el de la “Carta a la militancia de la UJCE y al conjunto de organizaciones comunistas del Estado español” que se publicó en marzo de 2010, previa al XI Congreso de la UJCE. El análisis de la citada reunión se centró en una autocrítica del colectivo y una crítica del conjunto de la Unión. Zamora marcó que se había centrado en el estudio y la formación ideológica en detrimento de otras labores, desligándose para ello de lo mandatado por los órganos pertinentes, y que esto era porque la UJCE carecía de plan formativo y la ideología comunista no se tenía en cuenta a la hora de abordar la práctica política. Zamora presentó un modelo de formación “urgente” basado en el estudio colectivo de los clásicos del comunismo ante las importantes carencias teóricas de la militancia. La dirección “tomó en consideración” la crítica y acabada la reunión la Secretaría General se dedicó a propagar la idea entre los militantes de base del Estado de que Zamora había hecho autocrítica por sus “desviaciones teoricistas”, las cuales, por otra parte, nunca se han especificado al colectivo de Zamora, si dejamos de lado los adjetivos carentes de contenido político a que nos tienen acostumbrados aquellos que hacen apología de ignorar todo lo que no saben.
A partir de ahí, en diciembre de 2011, una propuesta para ser cooptados al Comité de Dirección Regional, para cubrir un puesto con el fin de “limar diferencias”,  resume el cómo se concibe la resolución de los problemas ideológicos y políticos: a través de la conciliación burocrática.       
En el caso de Almería, la dirección de la UJCE, la secretaría general, ha mantenido contactos desde principios de año a raíz de la participación de los camaradas en la Escuela Unitaria en Madrid. Fueron muchos los militantes de la UJCE que acudieron a las ponencias de la Escuela, mas fueron los camaradas almeriense quienes realizaron una ponencia como Juventud Comunista de Almería. Este hecho puso en guardia a la dirección, que mientras tenía lugar este primer encuentro juvenil, se dedicaba a certificar que mantiene las siglas históricas de la Juventud Comunista en el estado español, pero no tiene ninguna intención de darles contenido revolucionario a las mismas. Se puso a los camaradas participantes a expensas del “Comité de Garantías y Control” en medio de todo un conjunto de enrevesadas propuestas de la secretaría general para finiquitar el conflicto: desde una carta de autocrítica[4] hasta una salida voluntaria de la UJCE para evitar el mal trago de la expulsión intentando así “salir todos ganando”. Maneras de politiqueo burgués, juego de oportunistas al que los camaradas de Almería no entraron, pues como venimos señalando es el debate ideológico y político el único marco en que se pueden abordar los problemas del movimiento comunista y no en la conciliación burocrática. Porque a fin de cuentas la “salida voluntaria” habría sido ocultar la bancarrota de la dirección de la UJCE que se haya ante la disyuntiva de abrazar completamente el oportunismo dejando a un lado su parafernalia “roja” o, por otro lado, (y como está sucediendo) dedicarse a añadir la palabra socialismo en algunos de sus escritos y consignas a fin de “endurecer” las apariencias para alargar un poco más en el tiempo el proceso de desenmascaramiento a que están siendo llevados por parte de las bases de la organización y de parte del movimiento revolucionario.
Tras esto, la dirección central comunica al colectivo de Almería que pasaría a disposición de la Comisión de Garantías y Control cerrando lo que la dirección de la UJCE llama “vías políticas”.   
Pero estos modos de confundir la política con la burocracia, no son exclusividad de la relación del Comité Central para con los subversivos militantes de Almería y Zamora. Cualquiera que se haya interesado por la no asistencia de la UJCE a la Escuela Unitaria de Madrid, en 2011, ha podido comprobar como la dirección se ha plegado a cualquier debate teórico o político intentando esquivar las preguntas, que solo pueden ser respondidas por el sectarismo y por la confusión política de esta dirección, remitiéndose a “fallos de comunicación” entre los organizadores y la UJCE.

A cuenta del fraccionalismo

Es importante la cuestión del fraccionalismo pues la ignorancia, convertida en dogma por el revisionismo, puede llevar a tildar a nuestra fracción de “trotskista”, cuando nada más lejos de la realidad.
Las fracciones, las corrientes internas en el partido son censuradas en Rusia en el X Congreso Extraordinario del PC (b) en medio de los sucesos contrarrevolucionarios de Cronstadt que anunciaban las dificultades futuras que el país soviético iba a atravesar en forma de lucha de clases al implementar la dictadura revolucionaria del proletariado: En el terreno ideológico defendiendo el sostenimiento de la justa línea de socialismo en un solo país frente a la “revolución permanente” trotskista o las tesis derechistas de Bujarin. En el terreno político emprendiendo la transformación del campo abriendo la guerra contra la clase kulak.
Hasta aquel momento siempre existieron fracciones, es decir, corrientes más o menos organizadas en el seno del partido, primero en el socialdemócrata donde los bolcheviques (los “mayoritarios” durante el II Congreso del POSDR) eran tan solo una fracción (de hecho su “mayoría” se vería truncada poco después). Y posteriormente en el bolchevismo la lucha de dos líneas va a ser constante siendo crucial los momentos de combate entre leninismo y trotskismo que en un país donde la guerra civil está latente, al elevar la Revolución Socialista las contradicciones sociales a su máximo apogeo, se acabarían sancionando por medio de las armas.
Pero siendo justos con la historia política de la clase proletaria no es por esta situación por la que “fracción” se identifica con trotskismo. Esta correlación viene definida por las tesis en torno al partido obrero que formulase el ucranio y que chocan frontalmente con las tesis leninistas de organización, las cuales desconoce la dirección de la UJCE o, al menos, ha de reconocer, jamás ha puesto en práctica, salvo que quiera suscitar la risa entre los sectores organizados de la clase obrera que están en contacto con la experiencia bolchevique.
Para Lenin el partido obrero de nuevo tipo es la unidad entre los principios incólumes de la teoría comunista con el movimiento de masas. Esto no significa que quien se arroga el nombre de vanguardia vaya corriendo tras de todo tipo de movimiento espontáneo para que las masas le permitan repartir su panfleto y, si cabe, introducir alguna consigna que, por fuerza, solo podrá ser reformista. La unión entre teoría y práctica, entre vanguardia y masas requiere de una relación entre ambas de tal modo que la acción de este movimiento político organizado permita superar las condiciones en que se encuentran las masas, es decir, permita al proletariado ejecutar su programa revolucionario a través de sus propias instituciones y organismos, los cuales deben ser un producto consciente del partido revolucionario, como núcleo desde el cual se proyectan concéntricamente los instrumentos de la revolución, implicando a unas masas que difieren tanto en lo cualitativo como en lo cuantitativo.
Y esta unidad que en lo político significa plasmación del Programa Revolucionario, es decir, conquista de la dictadura revolucionaria del proletariado, sea en un barrio, en un pueblo o en un país; en lo organizativo se concreta mediante la concepción del partido como una suma de organizaciones de todo tipo que es desde donde la vanguardia ejecuta, con las masas, la revolucionarización de las condiciones de vida de la clase obrera. Y todo ello detalladamente estructurado por el núcleo dirigente de la Revolución y regido por el más escrupuloso centralismo democrático.
En el otro extremo anida la concepción de Trotski, que sigue las viejas concepciones socialdemócratas en torno al partido obrero. Para Trotski la vanguardia, como destacamento que conoce el marxismo, debe involucrarse en el movimiento espontáneo de las masas y a través de éste ganarse sus simpatías. En definitiva crear “conciencia revolucionaria” desde las luchas reformistas y parciales de la clase obrera, desatendiendo la creación independiente de los distintos organismos de que se valdrá el comunismo para ganar, desde el punto de vista revolucionario, a las masas. En este sentido, Trotski limita al partido revolucionario a ser una FRACCIÓN del movimiento obrero  de masas que se va amoldando a la situación concreta de los movimientos de masas para insertar su mensaje. Por ello en los años treinta llegó a pedir a sus seguidores, o a los que él entendía como tales, que se uniesen a los partidos socialdemócratas para hacerles dar un vuelco en su política. Es decir, que se integrasen en un amplio movimiento de masas, ya encuadradas y reformistas, para dar un golpe de mano y guiarlo hacia “otro tipo” de reivindicaciones. En definitiva reformar un organismo social que se ha construido desde unas bases distintas a las de la revolución proletaria tomando las luchas espontáneas de las masas como principal elemento sobre el que debía incidir una “vanguardia” que no había creado las condiciones políticas para movilizar masas con el Programa de la Revolución.
Esta estrategia “trotskista” de construcción política, pegada a las luchas económicas, es a fin de cuentas la del entrismo sobre el que intentó crear el PCE de Carrillo su movimiento de masas a través de las Comisiones Obreras y la que hoy día aun sostiene la dirección de la UJCE aunque con patéticos resultados, salvo que nuestros ya exdirigentes quieran apuntarse como suyo el tanto de la Huelga General convocada por la vanguardia de la aristocracia obrera en marzo. Y es también la excusa sobre la que se protege la dirección de la UJCE para defender el mantenimiento de la Unión en ese entramado que gestiona (y por tanto ejerce) la dictadura del capital. Ya que el “proyecto estratégico” sigue siendo presentado como un frente a través del cual los “marxistas-leninistas” pueden desarrollar la lucha por el socialismo. Patraña a la que últimamente se ha unido la de tildar, al menos de puertas para dentro, a la organización de los Cayo Lara, Llamazares, Garzón etc. como un “movimiento político de nuevo tipo” en ese empeño que tiene el revisionismo por impregnar algo de “revolucionario”, aunque sea fraseología hueca, a sus viejos esquemas.  

Un debate que no debemos cerrar

Sentado esto y cuando el revisionismo nos pretende dar lecciones sobre “organización leninista” llamamos a la militancia de base a que estudie por sí misma la concepción leninista del partido obrero. Porque el revisionismo se centra en el aspecto organizativo (el cual deforma al observarlo unilateralmente) y se olvida por completo de todo lo que es condición necesaria para poder hablar de centralismo democrático. Porque la dirección de la UJCE se llena la boca con el “leninismo” hablando de la defensa de los estatutos de la Unión para, a continuación, en el terreno de la ideología y la política,  meter una mano entre toda la literatura revisionista “del siglo XXI” que “demuestra” lo “obsoleto” de las teorías políticas de Lenin y la otra en el cesto de las subvenciones estatales vía “proyecto estratégico”.
Algo que se traduce finalmente, tras tantos años de parasitismo ideológico, en una completa falta de formación y en una sonrojante descontextualización de todo debate histórico, que convierte cualquier referencia a la experiencia de la Revolución Proletaria Mundial, en forma de cita, de estos dirigentes oportunistas, en un ejercicio de mal gusto que valida para representar folclore político, pero desautoriza para emprender cualquier empresa política proletaria medianamente seria.
Los colectivos comunistas de Almería y Zamora ya no formamos parte de la UJCE sin embargo seguiremos realizando nuestra lucha contra el oportunismo y el revisionismo que son los principales enemigos que hoy tiene enfrente la clase proletaria. Comprendemos que para alcanzar la unidad comunista es necesaria la escisión con el oportunismo, es imprescindible romper con la teoría y la práctica revisionista. Sin todo ello es imposible pensar en la unidad revolucionaria del proletariado en un movimiento revolucionario organizado.

Acabamos este comunicado en el que hemos querido repasar nuestro proceso de expulsión  instando a los militantes honestos de la UJCE a la sistematización del debate y a la organización. Los revisionistas que nos han expulsado de la UJCE son precisamente los que más daño hacen a la organización pues lejos de promover la formación de cuadros comunistas en las problemáticas de nuestro tiempo, insertadas en la lucha por reconstituir al movimiento comunista como el movimiento revolucionario de la clase obrera, se limitan a guiar a la juventud hacia las posiciones del reformismo que significa, en definitiva, renegar de la lucha revolucionaria y plegarse ante intereses de clase ajenos a los del proletariado.

“¡La unidad es una gran cosa y una gran consigna! Pero la causa obrera necesita de la unidad de los marxistas, y no la unidad de los marxistas con los enemigos y los falseadores del marxismo”

V.I. Lenin

Juventud Comunista de Almería
Juventud Comunista de Zamora
A 22 de Junio de 2012
Estado español


[1] Hasta tal punto llega la histeria revisionista por aplacar cualquier debate de calado, que no le importa realizar todo tipo de maniobras burocráticas, por absurdas que sean. Un ejemplo: durante el último Congreso de la UJCE, en abril de 2010, llegaron al Congreso dos enmiendas sobre IU, de la organización de Castilla y León, que reclamaban que la UJCE se fuese de la coordinadora por ser, su práctica, incompatible con la defensa de los intereses revolucionarios de la clase obrera. Si ya la delegación del CC en la Conferencia de Castilla y León se partió el pecho contra dichas enmiendas remitiéndose al PCE… durante el proceso congresual el debate en torno a IU, se cambió de orden (cosa que no pasó con ningún otro) hasta en tres ocasiones en las que se pasó el debate de una Comisión a otra, mareando la perdiz, hasta que al fin, en la madrugada del domingo se pudo debatir sobre IU. Eso sí, los tiempos se limitaron para la defensa de las enmiendas (no para la Mesa) y se eliminó el derecho a réplica contra la Mesa (algo que no ocurrió con otros debates) defensora de la línea oficial. A pesar del centralismo burocrático, algo más de un 20% de los delegados votó por esas enmiendas.
[2] Cualquiera que asistiese a la última sesión del XI Congreso de la UJCE, cuando las dos Comisiones que se crearon volvieron a unirse para solventar las últimas enmiendas, pudo ser testigo de la bravuconada en cuestión, protagonizada por el que fuera responsable de relaciones internacionales de la UJCE, que para negar cualquier análisis, debate o ejercicio de solidaridad en torno a estos procesos no dudó un solo instante en utilizar la mentira, el insulto y la provocación.  
[3] Concretando un poco más, esta reunión era el inicio de la “ronda de contactos” de la dirección central con los colectivos locales. El Secretario Gral fue acompañado a Zamora de una especie de test o formulario que la militancia debía conocer con tiempo de sobra para responder, tal y como se comentó. No obstante la “rapidez” de la reunión imposibilitó a nuestro exdirigente enviarlas con antelación. 
[4] Nos vemos obligados a hacer aquí un receso. Para la dirección de la UJCE la “autocrítica” no consiste en lo que todo marxista debe entender como tal: en analizar la actuación propia dentro del conjunto de circunstancias en que uno se desenvuelve sacando las conclusiones pertinentes, sean “positivas” o “negativas”, de tal modo que la síntesis sobre esa actuación permita mejorar las actuaciones siguientes. Algo que en este caso significaba reconocer el sectarismo de la UJCE y todos los esfuerzos que la dirección puso en minimizar el encuentro de diciembre, así como sacar a relucir los límites de la línea de construcción política de la UJCE. Para la dirección de la UJCE la “autocrítica” de los colectivos ha de limitarse a dar salves a sus dirigentes y reconocer los pecados cometidos.

viernes, 8 de junio de 2012

Algunos apuntes en torno al PCE y la Guerra Civil en España

“En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos partidarios de la milicia burguesa, sino únicamente de una milicia proletaria (...) La revolución rusa ha demostrado que todo éxito, incluso un éxito parcial, del movimiento revolucionario -- por ejemplo, la conquista de una ciudad, un poblado fabril, una parte del ejército -- obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica precisamente ese programa.” 

V. I. Lenin, El programa militar de la Revolución Proletaria 


Al abordar la cuestión de la Guerra Civil, hemos intentado desprendernos de prejuicios, de sectarismos y, en definitiva, hemos procurado no empantanarnos en debates superfluos que poco o nada aportan al estudio de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) y que solo sirven, a aquellos que los abordan, para acabar pensando exactamente lo mismo que antes de iniciar su estudio. Nos centramos en el PCE porque, como militantes comunistas, entendemos que, por ser la organización que portaba el legado de la Revolución de Octubre y la Internacional Comunista, era el destacamento revolucionario llamado a encabezar la Revolución Socialista en el Estado español. Entendemos que los comunistas tenemos que realizar balance, autocrítica si se prefiere, de nuestro movimiento y es en esta tarea, fundamental para reconstituir al comunismo como una teoría de vanguardia, como podremos avanzar en la actual etapa política que atraviesa nuestra clase, desprovista de los instrumentos de la Revolución. 

Un proletariado forjado en la lucha de clases

A comienzos del siglo XX España es ya un país donde la burguesía ejerce su dictadura de clase. Si bien el desarrollo de las fuerzas productivas está por debajo del de las potencias de primer orden, la concentración de capitales es ya la propia de una economía de capitalismo monopolista. Las contradicciones de clase de la sociedad española se agudizan entre las clases dominantes y, principalmente, entre éstas y el proletariado, cuya forja como clase en sí queda más que resuelta, en esos primeros decenios de la pasada centuria: en 1909 el proletariado protagoniza en Catalunya la Semana Trágica y tras ésta, el movimiento sindical asciende velozmente de tal modo que la CNT y la UGT contarán con cientos de miles de obreros afiliados. La Huelga Revolucionaria de 1917, la Huelga de la Canadiense en 1919, el Trienio Bolchevique a inicios de los años 20, con numerosas huelgas fabriles y ocupaciones de tierras para colectivizarlas, dan prueba de la capacidad organizativa y del carácter combativo del proletariado español. El constante ambiente insurreccional en España, impuesto por las luchas del proletariado y las contradicciones en el seno de la clase dominante, detona finalmente en 1936. 

La clase obrera en España cuenta, en los prolegómenos de la Guerra Civil, con una alta organización y con una rica experiencia política, elementos que serán determinantes para que se frene el golpe fascista en gran parte del país. 

Las principales líneas políticas que atraviesan la construcción del movimiento obrero en España son la socialdemocracia (PSOE, UGT) y el anarquismo (CNT, FAI), fuerzas cuya hegemonía mantiene al Partido Comunista de España como un pequeño núcleo, cuya calidad de organización de vanguardia vendrá determinada, hasta bien entrados los años 30, más que por su incidencia entre las masas, por su constitución en el Estado español como sección de la Internacional Comunista, en ese tiempo, incontestable referente de la Revolución para el proletariado internacional y garante de los principios ideológicos y políticos del Movimiento Comunista Internacional (MCI). 

El PCE es fruto de la lucha de dos líneas a nivel internacional, que se reproduce en el PSOE, entre la socialdemocracia reformista y la revolucionaria, que se tornará en comunista, escindiendo al movimiento obrero en dos bloques irreconciliables, que se corresponden con los dos grandes sectores que conforman la clase asalariada de los países imperialistas: el reformismo socialdemócrata en el cual se depositaron los intereses de la aristocracia obrera, como sector de la clase dispuesto a gestionar el Estado burgués, que aquí encarnaba perfectamente un PSOE integrado con Primo de Rivera y fundamental en la reestructuración republicana del capitalismo español; y el comunismo, conectado con las masas hondas de la clase obrera, cuya principal característica era el reconocimiento de la dictadura del proletariado como fase ineludible de la Revolución Socialista y como elemento, junto al Partido obrero de nuevo tipo, en torno al cual la clase obrera debía organizarse para destruir al capital, determinando todo esto las tareas políticas y las formas organizativas que debía adquirir la organización revolucionaria. Bajo estas premisas el PCE intentará conformarse como vanguardia revolucionaria efectiva de la clase, desde su constitución en 1921 hasta el viraje del VII Congreso de la IC, que aprobó las tesis del Frente Popular. 

El camino hacia el Frente Popular Antifascista

En sus primeros pasos, el PCE apenas tendrá incidencia en algunas áreas obreras de Bizkaia y Sevilla. En el resto del estado los núcleos comunistas se hayan disgregados y aislados, sobre todo tras el duro golpe que el sector anarquista de la CNT acomete contra el grupo sindicalista, que pretendía integrar la central sindical en la Internacional Sindical Roja (Profintern), creada por la IC, y en la cual estuvo representada el sindicato durante algún tiempo. Esto, unido a la llegada de Primo de Rivera al poder, cercena las previsiones de crecimiento del PCE en sus primeros años. 

El Partido intenta aplicar desde sus inicios la línea de la Comintern, a inicios de los años 20, ligada al Frente Único, como frente en donde el P.C. debía unir las luchas espontáneas de las masas obreras, con el objetivo de organizar a los elementos que llevarían todas esas luchas hacia un proceso insurreccional, que debía golpear al gobierno reaccionario y permitir la instauración de la dictadura conjunta del proletariado y el campesinado. 

Como la construcción del movimiento político revolucionario se observa, tal y como establecía la propia IC, desde el esquema “partido/vanguardia; sindicato/frente; Revolución”, el PCE se enfrasca en la cuestión de garantizar que el partido tenga un referente sindical claro desde el cual promover ese frente único por la base. En 1931 el PCE impulsa el Comité de Reconstrucción de la CNT y, fracasado el intento, se constituye la Confederación General de Trabajadores Unitaria, la CGTU, que en el año 35 se integró en la UGT. En 1934 el PCE aún mantiene las distancias con el resto de organizaciones. Deshecha formar las Alianzas Obreras y no es hasta Octubre, con la insurrección que solo triunfa en Asturies, cuando el PCE comienza el camino hacia la formación del Frente Popular, línea impulsada por el VII Congreso de la Internacional y que ponía fin al período del frente único por la base y el consabido “clase contra clase”

Los bolcheviques construyeron el movimiento obrero revolucionario desarrollando una fuerte lucha ideológica a nivel de la vanguardia, que permitió al marxismo erigirse en el programa que guiase a los obreros rusos. La teoría la sintetizaron con la práctica y la desarrollaron así como praxis revolucionaria, cuya tarea consistía en preparar las condiciones para que las masas pudiesen ejercer su dictadura de clase, a través de los Soviets, y así, adquirir experiencia revolucionaria con la dictadura proletaria, de la mano del Partido obrero de nuevo tipo y sus organizaciones armadas. 

En Europa los partidos que toman el nombre de comunista lo hacen en condiciones dispares a las del bolchevismo y, más que partidos ya constituidos (que unificasen ya a vanguardia y masas en un movimiento político), eran destacamentos de vanguardia, que impulsados por las circunstancias a lanzarse a emular a los rusos (aunque sin el mismo nivel de experiencia teórica y partidaria) acabaron siendo derrotados por la reacción (Alemania, Finlandia, Hungría…). El estancamiento de la Revolución en Europa Occidental tras la primera oleada de insurrecciones que siguieron al Octubre ruso, hizo a la IC tomar en consideración la necesidad de constituir el mentado Frente Único, en el que debía fructificar la unidad de la vanguardia comunista con las bases proletarias del resto de organizaciones. Esta política debía llevar a la vanguardia a desenmascarar a las direcciones oportunistas de la socialdemocracia y así hacerse con sus masas, educadas ya en gran parte en las luchas parciales y el reformismo, para llevarlas por el sendero de la Revolución. La cuestión de los Soviets, como órganos de Nuevo Poder desde los que se tenía que conquistar a la clase proletaria y combatir al capital mediante la acción misma de las masas, se va relegando o se queda, el “sovietismo”, más como un referente discursivo o de acción espontánea de las masas, que como una construcción consciente del Partido Comunista. Aunque esta problemática venía determinada por las limitaciones de la RPM en aquel momento, ya que serían los comunistas chinos, con Mao a la cabeza, quienes recogerían el bagaje de la experiencia soviética de Octubre. No obstante, el enemigo de la Revolución sigue siendo, bajo el Frente Único, el reformismo y la socialdemocracia y, en ese sentido, las 21 condiciones que sellaron la constitución de la Internacional Comunista, seguían siendo validadas por la práctica de sus secciones nacionales. 

Pero en los años 30 empieza a tomar fuerza la idea que es necesario cambiar la táctica y que, frente al ascenso del fascismo, los comunistas han de abanderar la unidad con la socialdemocracia y la “burguesía progresista”, como fuerzas que coadyuven a frenar al fascismo y, al menos en la teoría, al progreso político en el camino al socialismo. La IC sienta entonces las bases teóricas, con las tesis de Giorgi Dimitrov, para realizar la unidad por arriba (entre las direcciones, sin lucha ideológica) con la socialdemocracia. La consigna de unificar al proletariado en un solo partido se convierte, en vez de para concebir que ese partido solo puede ser tal si es revolucionario, en la fundamentación teórica de la necesidad de unir todas las siglas obreras bajo un mismo paraguas, algo ya muy contrario a las bases sobre la que se constituye el MCI 20 años antes y que iban encaminadas, no a unir a los obreros a cualquier precio, sino a unir a la clase revolucionariamente, como clase para sí. El mejor ejemplo lo tenemos en el Estado español con la constitución de la Juventudes Socialistas Unificadas cuyos miles de militantes jugaron un papel fundamental en la lucha contra el fascismo. Y su combatividad y sacrificio en defensa de la clase obrera, nadie puede poner en duda. Pero su estructura política no nacía sobre la base de un programa revolucionario y la unificación, más que el desarrollo del movimiento comunista entre la juventud, era el correlato de la asunción de la democracia burguesa como propia por un amplio sector del movimiento comunista. Y era, también, dejar de lado las tesis leninistas sobre el Partido obrero de nuevo tipo en cuanto que éste había de ser el garante de la independencia ideológica y política de la clase obrera. 

La Guerra y la política del PCE

Para 1936 el PCE ya contaba con una fuerza armada, las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas. No era el único partido que se preparaba para la batalla decisiva, todas las fuerzas políticas contaban con su milicia. El Frente Popular vence en las elecciones en febrero y, enseguida, la maquinaria golpista se pone a funcionar. El Gobierno, mandado por republicanos, titubea y pretende frenar a los fascistas vía administrativa, parlamentando con los oficiales que, se sabe, están por el golpe militar. Cualquier cosa menos armar al proletariado piensan aquellos que sostienen su Gobierno sobre el trabajo de las organizaciones obreras del Frente Popular. Y en estas llega el 18 de Julio. Tienen que pasar tres presidentes de gobierno en apenas dos días para que a las organizaciones obreras se le entreguen las armas con que frenar a los militares fascistas. Las MAOC emprenden una de las más duras batallas en los decisivos días de julio y toman en Madrid el Cuartel de la Montaña. Acaba de nacer el Quinto Regimiento. Este se destaca por su disciplina y su combatividad, pero sobretodo, por ser un destacamento armado del proletariado. 

Decenas de miles de obreros y campesinos, comunistas en su mayoría, nutren las filas del Quinto Regimiento y son comunistas sus principales oficiales, algunos de ellos formados militarmente en las academias de la Unión Soviética. Se establece en su seno el Comisariado Político y se gana la simpatía de las masas proletarias. Incluso algunos mandos son elegidos democráticamente por los soldados. El Quinto Regimiento reúne los elementos para ser el embrión de un Ejército proletario, de un Ejército Rojo. En China, en la guerra de liberación nacional contra los japoneses, los comunistas forman un frente con los nacionalistas del Kuomintang. Los comunistas chinos, que ya han sido duramente reprimidos por su burguesía nacional, combaten al mismo enemigo, los japoneses, pero el Ejército Rojo mantiene su estructura independiente con respecto a la burguesía (cuyo Estado está en gran parte desestructurado), y sigue siendo el instrumento armado con el que el Partido Comunista ejecuta su programa revolucionario en medio de la Guerra Popular con que sienta las Bases de Apoyo de la Revolución. Es la consecución de la independencia política del proletariado aplicada al terreno militar. 

El PCE se encuentra, en la España republicana posterior al 18-J, con una burguesía incapaz de gestionar su Estado y en donde los vacíos de poder son una constante rellenada en muchos casos por las organizaciones sindicales, por los trabajadores. La industria en muchos lugares pasa a control obrero y las tierras empiezan a ser colectivizadas por los jornaleros. En suma, en la España republicana hay una poderosa fuerza proletaria que necesita ser organizada, orientada y a la que se le ha de marcar claramente el Programa de la Revolución que está buscando. Azaña y sus secuaces tienen el poder nominal de la República, pero quienes tienen las armas y organizan la administración de las cosas son los obreros. Y también las obreras, que han roto las cadenas que las ataban y se han puesto en la primera línea de combate. Las masas necesitan de su vanguardia, primero para que le dote de la conciencia revolucionaria que permita convertir los vacíos de poder en auténtico Nuevo Poder, realizado por un proletariado ya en armas. Y segundo para dotar de dirección a la clase y unificar todos los esfuerzos revolucionarios en un mando único proletario. 

Pero ante esta situación el PCE empuja hacia la constitución del Ejército Popular Republicano, en el cual se diluyen las milicias obreras, incluido el Quinto Regimiento. Se sostiene la alianza total con la burguesía republicana y se rehace su Ejército y, con éste, su Estado. Se impone el orden, pero el orden burgués. Poco a poco al comisariado político se le van sustrayendo sus funciones de agitación política y de enlazar el frente con el pueblo trabajador. La mujer es devuelta a la retaguardia y la estructuración del EP se lleva como en cualquier otro ejército burgués. No se concibe la lucha partisana como táctica fundamental en una guerra en que un ejército reaccionario lucha contra un pueblo en armas. Los militares profesionales imponen su criterio y separarán al Ejército de su pueblo de tal modo, que los fascistas acabarán entrando en Madrid sin necesidad de combatir. 

La política en el bando republicano la realizan, durante toda la guerra, las clases con menos fuerza. La burguesía y pequeña burguesía imponen su modelo político y social. Se frenan las aspiraciones del campo, dejando de lado a los campesinos sin tierra, para defender la pequeña propiedad. La cuestión colonial africana, contra la cual el proletariado se había levantado en innumerables ocasiones, nunca se pone en el centro del debate, ni antes ni durante la Guerra. Y eso que la autodeterminación de Marruecos podría haber supuesto un duro golpe para el complejo militar fascista que se nutría de mercenarios y, sobretodo, de africanos a los que se les impuso combatir. Pero esa contingencia habría supuesto azuzar el mapa del África invadida y, con ello, el descrédito de la burguesía republicana ante los imperialistas franceses y británicos de los cuales esperaba inútilmente, todo el Frente Popular, su socorro democrático. En este sentido, al igual que se tiró por la borda todo avance revolucionario a nivel interno para mantener el statu quo que permitía el equilibrio de la alianza interclasista (a pesar de que la correlación de fuerzas había variado tras el 18-J), se abstuvo, a nivel externo, de fomentar cualquier cambio en el reparto imperialista del Mundo, para sostener el débil equilibrio de una comunidad internacional que estaba ultimando los preparativos de guerra. 

En definitiva, el PCE pone su capacidad organizativa y a sus cientos de miles de militantes a disposición de los intereses de la burguesía. Una burguesía traidora, la republicana, que asistió a la guerra como espectadora, que en muchas ocasiones preparó su paz por separado (están los reaccionarios del PNV con la Paz de Santoña. Pero también están los sectores que apoyaron a Casado para que entregase Madrid, donde pululaban por igual republicanos, anarquistas y socialistas; o quienes desde las filas del Gobierno, como el propio presidente Indalecio Prieto, propagaban el derrotismo en la retaguardia mientras los obreros morían en el frente.) 

Unas notas cara al debate revolucionario

La línea del PCE y su política en la Guerra Civil solo puede enmarcarse en las condiciones políticas de aquella época. Los comunistas debemos extraer en el estudio conclusiones de tipo universal, entresacar que elementos de lo concreto son expresión de la lucha de clases general, para así poder afrontar del mejor modo posible las batallas del futuro. Con lo que hemos expuesto hasta ahora creemos que el problema fundamental del PCE (que acabó por reproducirse en el resto de partidos de la IC y que tuvo como trágico epílogo el eurcomunismo) fue que en el noble afán por derrotar al fascismo no se supo garantizar la independencia del proyecto emancipador del comunismo, lo que transparenta tanto en el modo de concebir la lucha militar (integración total del Quinto Regimiento en el Ejército Republicano), como la política (búsqueda de unión con la socialdemocracia, rigidez en cuanto a las alianzas de clase desde febrero del 36). 

Y era el PCE, como referente marxista-leninista de aquel tiempo, el encargado de garantizar esa independencia de programa. No podemos buscar, en este aspecto, responsabilidades entre el anarquismo, y tampoco en la socialdemocracia, ya que aquellas organizaciones eran incapaces de comprender las tareas políticas indispensables de desarrollar (Partido de nuevo tipo y dictadura proletaria) para el triunfo de la Revolución. La CNT contaba en sus filas desde anarquistas que renegaban de toda estructura militar, hasta sectores que se integraron en los distintos gobiernos de Frente Popular. Y los socialistas, igualmente, aunaban a líneas políticas totalmente enfrentadas, desde la sinceramente frentepopulista de Negrín hasta los anti-comunistas recalcitrantes de Besteiro o Prieto, y todos ellos estaban caracterizados por su cretinismo parlamentario y su afán sindicalista. 

En torno al debate clásico entre ¿guerra o revolución?, entendemos que la disyuntiva no era tal. No hay un antagonismo inexpugnable entre la Revolución y la Guerra porque la primera sólo puede desarrollarse a través de la guerra total entre clases. El problema no estaba en “militarizar”, en abstracto como dirían algunos anarquistas, sino en el contenido de clase que se le daría a la militarización. El proletariado se debía haber militarizado al estilo de los comunistas chinos, que solo comprendieron aquellas enseñanza del bolchevismo tras ser aplastados por el Kuomintang durante la década de los 20. ¿En España aquello se podía haber llevado a cabo? Es difícil responder a ello y plantearse sus resultados sería adentrarse por el peligroso camino de la política-ficción. Pero renunciar al debate en torno a ello sería aún más pernicioso para el Movimiento Comunista porque sería renegar de la autocrítica y de aplicarnos el marxismo a nosotros mismos.

REVOLUCIÓN PROLETARIA 
(Artículo que incluiremos en el próximo número de nuestro órgano)