viernes, 11 de mayo de 2012

Reestructurar el sistema o derribarlo

Hace un año, en la previa de unas elecciones municipales, las plazas se abarrotaron de indignados. Asambleas, acampadas y manifestaciones obligaron a trastocar los mensajes de todos los partícipes del circo de las urnas, cuya misión era, desde el 15 de Mayo, transformar la indignación callejera en una responsable papeleta de voto. 

El signo característico del indignado, su señal como movimiento sui generis en la política de los últimos años, residía en que se alzó como expresión de la crisis de representatividad del parlamentarismo (nacido en la Transición reformadora del corporativismo fascista), así como de los organismos sociales que lo han gestionado o han aspirado a ello: partidos, sindicatos…, representantes, todos ellos, de las clases sociales que disfrutan de derechos propios bajo este régimen político y que se han visto desbordados por un buen pedazo de su base social, pequeños empresarios y trabajadores acomodados, condenados a la proletarización y pauperización de sus vidas en este contexto de crisis cíclica de la economía capitalista y reestructuración social, abanderada por el capital financiero y que, de momento, se nos presenta a través de los recortes con que desayunamos casi a diario. 

Como ocurre con todos los movimientos espontáneos de masas, faltos de un referente y una consciencia revolucionarias, éste enseguida quiso ser reconducido hacia la política real por todas las fracciones de la clase dominante, empezando por una mezcolanza de “apolíticos” y ultras liberales, y siguiendo por los “representantes tradicionales” del espontaneísmo de las masas, es decir, por los sectores de la izquierda del Parlamento; o de todo tipo de reformistas que esperan a sus puertas, con el fin de ser gestores de los derechos “del pueblo” en las bancadas institucionales o ante las sedes patronales. Y es que, aunque heterogéneo, el programa político que impulsó los primeros pasos de la Indignación era, punto por punto, un reflejo de las organizaciones existentes. De esas empeñadas en salvar la “democracia” del mal hacer de los “mercados” o dispuestas a hacer que “la crisis” la paguen “los ricos”. Memorando político, por tanto, de esas clases subalternas entre los privilegiados, que ven en el interclasismo y el reformismo, el puente para sortear la realidad, determinada por las contradicciones del sistema capitalista que, como democracia burguesa, es decir, de los mercados, solo puede ser, para millones de proletarios mileuristas, parados o migrantes, la peor de las dictaduras; la dictadura de la burguesía que planta miseria allá por donde pisa y cuyo rumbo se presenta invariable, con indiferencia de las siglas o personajes que se sitúen en su dirección. 

El panorama actual es similar al de hace un año, si bien la burguesía ya se ha quitado de encima cualquier tipo de complejo a la hora de llevar a término su reestructuración política: el estado del Bienestar, el pacto que imbricaba al conjunto de la burguesía, acompañada de sus trabajadores mejor situados (desde el fin de la II Guerra Mundial a nivel europeo y desde el 78 en el Estado español) está siendo barrido del mapa. El capital desplaza a amplios sectores de la población hacia las filas del proletariado que, hasta ahora, pudo retener algunos derechos derivados del pacto social pero que, en un futuro cercano, va a ser expuesto famélico y sin derechos como tributo de los burócratas del gobierno a la CEOE y la Unión Europea. 

Porque ese, al menos, es el plan de la burguesía, que engrasa su maquinaria para la guerra social, llamando “algaradas” a protestas pacíficas, encarcelando a huelguistas, apaleando a estudiantes de secundaria e infestando las calles de policías. 

Echo éste que debe ponernos en alerta a todos los trabajadores, que debe animar a la clase proletaria a organizarse contra el capital y que debe además espolearnos para que no nos conformemos con volver a un pasado, el del bienestar, que pronto será pasto de la historia. 

Más aún, ante ésta tesitura los trabajadores hemos de echar un vistazo a nuestra historia, a la historia de la lucha de clases, para así poder comprender que todos esos “derechos” que hoy nos deciden quitar, no fueron fruto de un “contrato social”, sino que fueron la contrapartida que la burguesía se vio obligada a realizar ante su miedo a perderlo todo, ante su miedo al avance de la Revolución Proletaria Mundial ligada a un Movimiento Comunista que conjugó revolucionariamente las luchas de todos los sectores sociales oprimidos por el capital, unificando en un todo organizado a la teoría revolucionaria y los movimientos de masas. 

Hoy, ante este capitalismo que pretende reestructurarse, debemos retomar nuestra consciencia de clase para, frente a la codicia de los industriales y la usura de los banqueros, volver a luchar por la socialización de los medios de producción. Frente a la farsa de la división de poderes a que juega la democracia burguesa, expresar sin temor la necesidad de un poder legislativo y ejecutivo basado en la dictadura revolucionaria del proletariado, es decir, en la democracia del pueblo trabajador. Y para ello, para enfrentar la larga y dura batalla que ya está aquí, hemos de retomar, dejando a un lado los prejuicios que nos imponen día a día, la bandera de la Revolución Socialista, emprendiendo la reconstitución del Comunismo, como teoría de vanguardia que nos nutra de consciencia y como movimiento político organizado. Que sea el referente cierto que necesitan el conjunto de los oprimidos y enfrente los intereses de nuestra clase, de la mayoría social, con los de un capital que hay que derribar y que se prepara, por enésima vez, para masacrar a los pueblos del Mundo, mediante la guerra imperialista, y para devolvernos a la mísera barbarie del laissez faire laboral y social. 

“La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la misma clase obrera” Karl Marx

Este texto se publica como octavilla de "Revolución Proletaria" con motivo de las movilizaciones del movimiento de los indignados



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