9-N: dos caminos, un mismo objetivo
Como decíamos, nuestro posicionamiento ante el
referéndum del 9 de noviembre se pudo considerar audaz, máxime considerando el
estado del movimiento “comunista” en el Estado español. Este, que yace como un
lánguido cuerpo a la espera de que la historia vuelva simplemente hacia atrás
en busca de glorias pasadas, se halla además ensimismado en su particular
escolástica; dado que no comprende la relación entre los términos que utiliza y
el espíritu que hace ya tiempo los creó, sus posicionamientos van siempre a
remolque de una u otra fracción de la burguesía. Uno de los muchos, muchísimos
términos que nuestros revisionistas repiten cual cacatúa, intentando que su
mera pronunciación haga que broten por arte de magia los posicionamientos
políticos que lo encumbraron, es el del derecho
a la autodeterminación. Mentado casi siempre, en el mejor de los casos,
como la solución al problema nacional presente en el Estado español, dicho
término ha ido anquilosándose, convirtiéndose en una manida frase hecha que
nada por sí sola puede resolver. Lógico, pues, que en ese vacío ideológico
campen a sus anchas tanto el nacionalismo de la nación opresora como el de la
nación oprimida, ambos cerrando el paso al genuino espíritu internacionalista
en la cuestión.
Desde el Movimiento por la Reconstitución, sin
embargo, siempre hemos interpretado el derecho a la autodeterminación como
parte indisoluble de una unidad dialéctica, donde operan tanto la cuestión
democrática y la lucha contra toda opresión, como el espíritu universal de la
clase de los explotados. Al igual que sucede con la propia constitución del
Partido Comunista, donde vanguardia y masas se aúnan de manera dialéctica para
desplegar el potencial revolucionario de la humanidad explotada, solo la
síntesis de la democracia con el internacionalismo permite acometer con
garantías el correcto tratamiento de la cuestión nacional. El resultado de la
ausencia de uno de los dos elementos salta a la vista no solo hoy en día, sino
también a nivel histórico, pues las posturas de los distintos destacamentos
revisionistas sobre la cuestión nacional no son en absoluto novedosas: cada una
de ellas no es más que la expresión actual de dos esquemas presentes hace ya
más de un siglo, y contra las que el naciente partido bolchevique desarrolló su
lucha de dos líneas. Por aquel entonces, una parte de la socialdemocracia dictó la imposibilidad de la
independencia factual de cualquier nueva nación devenida en Estado, dada su
inclusión en el amplio organigrama imperialista global; es decir, basándose en
la división internacional del trabajo a escala mundial, se negó de antemano la
independencia política de cualquier nuevo Estado, y por tanto se denigró la
posibilidad de acción del proletariado revolucionario en pos de eliminar la
opresión nacional: en una especie de reverso oscuro de la inevitabilidad del socialismo, se aducía que, debido a que la
tendencia intrínseca del imperialismo era, supuestamente, conformar Estados
cada vez más grandes y por tanto se caminaba hacia la disolución de las
naciones, resultaba inútil dedicar esfuerzos a una cuestión cuya solución
vendría dada a través del propio desenvolvimiento del sistema capitalista. Así,
no solo se desdeñaba la utilización del elemento democrático para intentar
aliviar la cuestión nacional, sino que se negaba la posibilidad de separación
política, lo que evidentemente alimentaba el nacionalismo de nación opresora.
Frente a esta visión se encontraba su contraria,
representada principalmente por la escuela austríaca (Bauer y cía.): aquí, la
nación dejaba de ser un elemento de la propia época burguesa y pasaba a
convertirse en verdadero adagio de la
humanidad universal, presente en toda época y lugar; de esta manera, se
eternizaba dicha conformación social también bajo el socialismo, donde el
proletariado cogería las riendas de una formación aún imperfecta para desarrollarla en toda su potencialidad, perpetuando
sine die la segregación del ser
humano a través de fronteras y trabas auto-impuestas.
Frente a ambas idealizaciones, tanto
la del imperialismo como simple trituradora
de cuerpos nacionales de menor entidad, como la de la nación como única muestra
posible de socialización humana, la línea internacionalista defendida por el
partido bolchevique mostró que el proletariado, a través de la defensa del
derecho a la autodeterminación e igualdad de todas las naciones, puede
minimizar y atenuar los choques y desconfianzas nacionales, permitiendo así la
implementación práctica de la unidad internacionalista del proletariado en su
lucha revolucionaria, la cual ha de allanar el camino hacia la fusión y
disolución de las naciones en humanidad emancipada en el Comunismo. Esa es la
postura que intentó explicitar el Movimiento por la Reconstitución ante el 9-N,
aunque quizás sea necesario que insistamos algo más: tal y como propugnaba
Lenin, el derecho a la autodeterminación necesita además, para desplegarse en
toda su potencialidad, de una división funcional
del trabajo internacionalista entre los proletarios de la nación opresora y los
de la nación oprimida. Así, mientras que desde las organizaciones procedentes
de la nación opresora se ha de realizar agitación a favor de la libertad de
separación, desde la nación oprimida se ha de hacer hincapié en la libertad de
unión. Solo desde esta perspectiva se puede entender que se pidiese el voto
para el Sí-Sí desde las organizaciones radicadas principalmente en la nación
opresora, pero se declarase libertad de voto desde la organización presente en
tierras catalanas, Balanç i Revolució. Ambos caminos eran diferentes, pero el
objetivo seguía siendo el mismo: poner en pie de nuevo el internacionalismo
proletario genuino con el objetivo de posicionarse contra toda opresión y
aliviar las tensiones nacionalistas entre la clase obrera de las diferentes
naciones, cuya tarea histórica concreta sigue siendo a día de hoy la de
reconstituir el Partido Comunista en todo el Estado español, para destruir el
mismo mediante la Guerra Popular, estrategia militar de esa clase universal que es el proletariado.
¡Contexto, más contexto, siempre
contexto!
Sin embargo, dicha lucha contra la opresión y las
desconfianzas nacionales no se produce nunca en un vacío, entendido este por
partida doble: ni en cuanto al momento histórico en que puede tener lugar, ni
en cuanto a las formas que esa lucha puede revestir. Ya se expusieron en su
momento ambos condicionantes, pero no está de más volver a incidir en ellos,
para contar con una perspectiva más completa. En cuanto al momento histórico en
que nos encontramos, entendemos que nos hallamos inmersos en un período de
interregno entre dos ciclos revolucionarios, con todo lo que ello conlleva:
ante la ausencia de horizonte emancipatorio, su lugar ha sido ocupado por todo
tipo de opciones burguesas, entre las que se incluye muy poderosamente el
nacionalismo. Por esa razón, y mientras el incipiente movimiento por la
reconstitución del Partido Comunista no sea capaz de erigirse como actor político
de primer orden y pueda generar sus propias dinámicas que contraponer a este
nuevo auge de los movimientos nacionalistas, consideramos que lo prioritario es
incidir en el aspecto democrático como atenuante de la cuestión nacional. En
cuanto al Estado español en particular, era evidente que la opción que más en
contra se posicionaba del statu quo
actual, y por tanto la que más potencial disgregador tenía respecto de los
mecanismos de encuadramiento burgués, era sin duda alguna la del voto
afirmativo respecto a la independencia de Catalunya, no sólo porque el mismo
implicaba educar a nuestra clase en el
desprecio a las fronteras estatales establecidas por la burguesía; sino porque
además la participación en la consulta favorecía imbuir de odio en la legalidad
vigente al proletariado, dado el carácter ilegal de la consulta del 9 de
Noviembre: una doble educación
(contra las fronteras y contra el orden legal) necesaria para el proletariado
catalán… y para el proletariado español. Pues partiendo de que un pueblo que
oprime a otro no puede ser libre, éste último necesita sacudirse de su insensibilidad, cuando no complacencia
(apuntalada en la fría hegemonía del revisionismo), respecto de la opresión
nacional, para fundirse con los proletarios del resto de naciones. Por otra
parte, y respecto las formas políticas que pueda adoptar un movimiento
nacionalista (y por tanto burgués por naturaleza) en pos de una posible
independencia nacional, es necesario realizar una distinción fundamental: la
existencia o no de un mandato imperativo por parte de las masas. Así, un
referéndum directo, cuyas mecánicas no se vean insertas de manera directa en
las propias mediaciones que establece la burguesía entre representados y representantes,
propia de su parlamento, supone la forma más democrática a través de la cual el
pueblo catalán se puede expresar sobre la potencial necesidad de crear un
Estado propio. Y aunque el referéndum del pasado año sólo puede comprenderse
como parte del procés de
encuadramiento nacional de las masas en Catalunya, el que el mismo se
desarrollase contra la legalidad, lejos de favorecer la táctica de Mas y los
suyos, permitía la diferenciación entre los dos aspectos contradictorios de un
referéndum (su aspecto reaccionario como momento reproductor de las inercias
parlamentarias del régimen burgués; y su aspecto democrático como fugaz momento
de implicación directa de las masas en los asuntos públicos), pudiendo en esta
ocasión el pueblo catalán actuar como soberano de su destino. Por ese motivo,
desde el Movimiento por la Reconstitución entendimos que en el 9-N debíamos
animar a nuestra clase a participar en el referéndum.
Es decir, y a modo de resumen: nuestro posicionamiento
partía de unas condiciones concretas, tanto a nivel de las circunstancias
históricas en las que nos movemos como por las formas a través de las cuales el
pueblo catalán podía expresarse sobre su destino. Dicho posicionamiento, por
tanto, se inscribe en la línea y espíritu marcado por el internacionalismo
proletario, y supone una decisión táctica en base al contexto en que nos
movemos.
Y quizás en esa palabra, táctica, se halle al menos parte de la enjundia de nuestra posición
respecto al 9-N. A diferencia de las numerosas organizaciones nacionalistas teñidas de rojo, cuyo programa incluye
de manera explícita la lucha por la independencia de una u otra nación, nuestro
movimiento a favor del Sí-Sí desde el resto del Estado español se circunscribía
a esas condiciones que acabamos de establecer; de no haber sido así, de haber
realizado cierta genuflexión frente a las proclamas siempre independentistas de
ciertos sectores de la burguesía, estaríamos incurriendo en un delito por
partida doble en cuanto a principios: por un lado, estaríamos socavando la
siempre necesaria independencia política del proletariado, mientras que, por el
otro, estaríamos otorgando labores positivas a nuestra clase respecto a la
nación. Como ya hemos mencionado en algún otro momento, al proletariado no le
compete ninguna tarea de construcción nacional, aquellas que Lenin denominaba positivas respecto a la nación (esto es,
de nacionalización de masas), sino que, justamente al contrario, su labor
consiste en atenuar por todos los medios posibles los roces y desconfianzas
nacionales, con la vista siempre puesta en la articulación internacionalista de
su proyecto político revolucionario. Al mismo tiempo, y entroncando con la
necesidad de evitar las tareas de orden positivo por parte del proletariado en
su agenda respecto a la nación, desde el Movimiento por la Reconstitución entendemos
que es el Estado español el marco político a través del cual se ha de enmarcar
la lucha de clases del proletariado en la actualidad, y será así mientras no se
produzca la independencia de una u otra nación. Esto, evidentemente, marca
claramente nuestra posición respecto a aquellas organizaciones que, haciendo el
juego a sus respectivas burguesías nacionales, plantean el encuadramiento del
proletariado siguiendo un principio nacional, el cual lleva a la segregación de
este y por tanto a su pérdida de independencia política frente a una burguesía
que es, de facto, internacional. Es
decir, y ya a modo de síntesis: nuestro movimiento táctico preservó nuestros
principios, y por tanto confirmó la estrategia general: incidimos en la
cuestión nacional para intentar atenuarla de manera concreta, al mismo tiempo
que preservamos la independencia política del proletariado y explicitamos, a
través de nuestro trabajo político, la necesidad de la reconstitución del
Partido Comunista en el marco de todo el Estado bajo las circunstancias
actuales.
Así pues, podríamos decir que nuestra postura respecto
al 9-N podría presentarse como ejemplo de aplicación correcta y creativa de
otra de esas manoseadas frases que siempre tiene a bien repetir el revisionismo
patrio: “firmeza en los principios, flexibilidad en la táctica”. Creemos que el
modo adecuado de proceder, como hemos visto, consiste en la asimilación del
espíritu que dio luz a las consignas, con el objetivo de poder implementar la
táctica adecuada en cada momento. Por el contrario, lo que nos ofrece el
revisionismo, desde su eterna escolástica, es la utilización de toda consigna
como subterfugio desde el que justificar su abandono de unos principios y un
espíritu que ya no quiere ni puede aprehender, pues su inmediatismo pragmatista
se lo impide por completo: al plegarse a lo espontáneo, su actuar no supone más
que una monótona repetición de conciencia
en sí, donde el espíritu ha ido muriendo día tras día.
Una diferencia cualitativa
Pero volvamos a las formas políticas de encauzar el
movimiento nacionalista, pues aún hay asuntos que tratar al respecto. Tal y
como dijimos en la víspera del 9-N, la fracción de la burguesía catalana a cuya
cabeza marcha el president, no
mostraba signo alguno de querer implementar el mandato popular y democrático
expresado en las urnas, sino más bien todo lo contrario: los movimientos tras
bambalinas de todos los actores, independientemente de que estos se mostrasen
más o menos aguerridos o contestatarios frente al Estado español,
eran evidentes antes de la celebración de la votación, y no han hecho más que
incrementarse durante todo el período posterior. Tanto es así, tan intensas han
sido las negociaciones inter-burguesas, que hasta el propio procés dio en repetidas ocasiones
síntomas de detenerse, de frenarse en seco. Únicamente tras la cesión por parte
de ERC a sumarse a una lista unitaria dominada por CDC tanto en números como en
candidato a president, la candidatura
denominada Junts pel Sí, el procés ha vuelto a coger aire, tras varios
meses en los que estuvo a buen recaudo de Artur Mas y sus correligionarios.
Esta fracción del capital catalán, (el cual en
conjunto poco tiene de homogéneo respecto a este asunto: ahí están las
materializaciones partidarias del cómodo encaje de otras fracciones en el crisol de la hispanidad: de los
inveterados constitucionalistas de Duran-Espadaler a la moderna caspa de Ciutadans), ha preferido y
prefiere, por tanto, intentar regatear
al Estado español antes que materializar al instante el mandato imperativo que
surgió de la voluntad popular; ha optado por adaptarse a las reglas del juego
del Estado español, o dicho de otro modo: ha preferido astucias frente a valentía, mercadeo frente a democracia. Y es que
la burguesía teme lo que considera el horror
vacui: la posibilidad de verse desbordada por las masas.
Sin embargo, hasta la propia burguesía es consciente
de la diferencia cualitativa que existe entre un referéndum y unas elecciones
parlamentarias, por mucho que estas tengan el epíteto de plebiscitarias; por esta razón, intenta constantemente ocultar,
limar dicha diferencia: solo desde esta perspectiva se entiende la puesta en
marcha de distintas maniobras para otorgar la impresión de que la enésima
pantomima parlamentaria cuenta con un mayor carácter participativo. Medidas
como el programa tots som candidats
(en el que ya hay 70.000 candidatos inscritos)
o la inclusión de diversas personalidades públicas alejadas en un principio del
adusto mundo de la política, como
pueden ser Lluís Llach o Pep Guardiola, muestran que la propia burguesía
advierte que necesita dar la imagen de que se trata de un proceso popular y no
uno dedicado únicamente al reparto de sillones y aspiraciones (y también
muestra, por otra parte, hasta qué punto el sistema parlamentario tiene
carácter de clase, hasta qué punto fondo y forma están indisolublemente unidos:
más allá de que Artur Mas pusiese el grito en el cielo por la intención de
conformar una lista sin políticos, lo que pone de manifiesto la mera intención
de intentarlo es que ni siquiera es necesario que los políticos profesionales gestionen la res publica: el sistema proporciona los mimbres a través de los
cuales solo es posible gestionarla a favor del capital).
Las diferencias entre un referéndum y unas elecciones
parlamentarias al uso, por tanto, deberían estar claras: en síntesis, en un
referéndum puede abrirse la posibilidad de que las masas se impliquen de manera
directa en los asuntos públicos y, al mismo tiempo, de desbordar el orden
jurídico establecido y los innumerables arreglos burgueses sobre los que se
sostiene la vida política diaria, siempre y cuando se den circunstancias como
las provocadas por la cerrazón del gobierno español, que situó fuera de la
legalidad la expresión democrática del pueblo catalán. En cambio, unas
elecciones parlamentarias suponen irremediablemente el encauzamiento y
adocenamiento de las masas, la vuelta al redil mediatizado por la burguesía de
manera permanente, donde predominan los pactos con la nación opresora y los
arreglos en pos de conquistar una u otra parcela de poder.
Así las cosas, y con una nueva fiesta de la democracia en ciernes, el proletariado catalán no
tiene nada que ganar con las próximas elecciones del 27 de septiembre, ni
siquiera en el ámbito de la liberación nacional. A diferencia de un referéndum
directo a través del que poder corporizar la voluntar popular, la mediación
parlamentaria que se avecina solo puede otorgar a las masas el triste papel de
último firmante del enésimo mercadeo político en el Parlament. La misión histórica del proletariado, sin embargo, es
realizar la revolución a escala mundial, y no la de ser un simple y gris
testaferro de sus viles explotadores, sea en una u otra nación. Por ese motivo,
y porque nuestra misión va mucho más allá de elegir una u otra papeleta gris
con la que seguir sancionando el despreciable régimen de explotación del
capital, la única respuesta coherente frente a la enésima farsa electoral de la
burguesía es el boicot.
¡Ante la farsa
electoral, boicot!
¡Ni un voto obrero en
las urnas!
¡Por la reconstitución
ideológica y política del comunismo!
¡Guerra popular hasta
el Comunismo!
Balanç i Revolució
Cèl·lula Roja
Juventud Comunista de Almería/Juventud Comunista de Zamora
Movimiento Anti-Imperialista
Nueva Dirección Revolucionaria
Nueva Praxis
Revolución o Barbarie