viernes, 8 de junio de 2012

Algunos apuntes en torno al PCE y la Guerra Civil en España

“En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos partidarios de la milicia burguesa, sino únicamente de una milicia proletaria (...) La revolución rusa ha demostrado que todo éxito, incluso un éxito parcial, del movimiento revolucionario -- por ejemplo, la conquista de una ciudad, un poblado fabril, una parte del ejército -- obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica precisamente ese programa.” 

V. I. Lenin, El programa militar de la Revolución Proletaria 


Al abordar la cuestión de la Guerra Civil, hemos intentado desprendernos de prejuicios, de sectarismos y, en definitiva, hemos procurado no empantanarnos en debates superfluos que poco o nada aportan al estudio de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) y que solo sirven, a aquellos que los abordan, para acabar pensando exactamente lo mismo que antes de iniciar su estudio. Nos centramos en el PCE porque, como militantes comunistas, entendemos que, por ser la organización que portaba el legado de la Revolución de Octubre y la Internacional Comunista, era el destacamento revolucionario llamado a encabezar la Revolución Socialista en el Estado español. Entendemos que los comunistas tenemos que realizar balance, autocrítica si se prefiere, de nuestro movimiento y es en esta tarea, fundamental para reconstituir al comunismo como una teoría de vanguardia, como podremos avanzar en la actual etapa política que atraviesa nuestra clase, desprovista de los instrumentos de la Revolución. 

Un proletariado forjado en la lucha de clases

A comienzos del siglo XX España es ya un país donde la burguesía ejerce su dictadura de clase. Si bien el desarrollo de las fuerzas productivas está por debajo del de las potencias de primer orden, la concentración de capitales es ya la propia de una economía de capitalismo monopolista. Las contradicciones de clase de la sociedad española se agudizan entre las clases dominantes y, principalmente, entre éstas y el proletariado, cuya forja como clase en sí queda más que resuelta, en esos primeros decenios de la pasada centuria: en 1909 el proletariado protagoniza en Catalunya la Semana Trágica y tras ésta, el movimiento sindical asciende velozmente de tal modo que la CNT y la UGT contarán con cientos de miles de obreros afiliados. La Huelga Revolucionaria de 1917, la Huelga de la Canadiense en 1919, el Trienio Bolchevique a inicios de los años 20, con numerosas huelgas fabriles y ocupaciones de tierras para colectivizarlas, dan prueba de la capacidad organizativa y del carácter combativo del proletariado español. El constante ambiente insurreccional en España, impuesto por las luchas del proletariado y las contradicciones en el seno de la clase dominante, detona finalmente en 1936. 

La clase obrera en España cuenta, en los prolegómenos de la Guerra Civil, con una alta organización y con una rica experiencia política, elementos que serán determinantes para que se frene el golpe fascista en gran parte del país. 

Las principales líneas políticas que atraviesan la construcción del movimiento obrero en España son la socialdemocracia (PSOE, UGT) y el anarquismo (CNT, FAI), fuerzas cuya hegemonía mantiene al Partido Comunista de España como un pequeño núcleo, cuya calidad de organización de vanguardia vendrá determinada, hasta bien entrados los años 30, más que por su incidencia entre las masas, por su constitución en el Estado español como sección de la Internacional Comunista, en ese tiempo, incontestable referente de la Revolución para el proletariado internacional y garante de los principios ideológicos y políticos del Movimiento Comunista Internacional (MCI). 

El PCE es fruto de la lucha de dos líneas a nivel internacional, que se reproduce en el PSOE, entre la socialdemocracia reformista y la revolucionaria, que se tornará en comunista, escindiendo al movimiento obrero en dos bloques irreconciliables, que se corresponden con los dos grandes sectores que conforman la clase asalariada de los países imperialistas: el reformismo socialdemócrata en el cual se depositaron los intereses de la aristocracia obrera, como sector de la clase dispuesto a gestionar el Estado burgués, que aquí encarnaba perfectamente un PSOE integrado con Primo de Rivera y fundamental en la reestructuración republicana del capitalismo español; y el comunismo, conectado con las masas hondas de la clase obrera, cuya principal característica era el reconocimiento de la dictadura del proletariado como fase ineludible de la Revolución Socialista y como elemento, junto al Partido obrero de nuevo tipo, en torno al cual la clase obrera debía organizarse para destruir al capital, determinando todo esto las tareas políticas y las formas organizativas que debía adquirir la organización revolucionaria. Bajo estas premisas el PCE intentará conformarse como vanguardia revolucionaria efectiva de la clase, desde su constitución en 1921 hasta el viraje del VII Congreso de la IC, que aprobó las tesis del Frente Popular. 

El camino hacia el Frente Popular Antifascista

En sus primeros pasos, el PCE apenas tendrá incidencia en algunas áreas obreras de Bizkaia y Sevilla. En el resto del estado los núcleos comunistas se hayan disgregados y aislados, sobre todo tras el duro golpe que el sector anarquista de la CNT acomete contra el grupo sindicalista, que pretendía integrar la central sindical en la Internacional Sindical Roja (Profintern), creada por la IC, y en la cual estuvo representada el sindicato durante algún tiempo. Esto, unido a la llegada de Primo de Rivera al poder, cercena las previsiones de crecimiento del PCE en sus primeros años. 

El Partido intenta aplicar desde sus inicios la línea de la Comintern, a inicios de los años 20, ligada al Frente Único, como frente en donde el P.C. debía unir las luchas espontáneas de las masas obreras, con el objetivo de organizar a los elementos que llevarían todas esas luchas hacia un proceso insurreccional, que debía golpear al gobierno reaccionario y permitir la instauración de la dictadura conjunta del proletariado y el campesinado. 

Como la construcción del movimiento político revolucionario se observa, tal y como establecía la propia IC, desde el esquema “partido/vanguardia; sindicato/frente; Revolución”, el PCE se enfrasca en la cuestión de garantizar que el partido tenga un referente sindical claro desde el cual promover ese frente único por la base. En 1931 el PCE impulsa el Comité de Reconstrucción de la CNT y, fracasado el intento, se constituye la Confederación General de Trabajadores Unitaria, la CGTU, que en el año 35 se integró en la UGT. En 1934 el PCE aún mantiene las distancias con el resto de organizaciones. Deshecha formar las Alianzas Obreras y no es hasta Octubre, con la insurrección que solo triunfa en Asturies, cuando el PCE comienza el camino hacia la formación del Frente Popular, línea impulsada por el VII Congreso de la Internacional y que ponía fin al período del frente único por la base y el consabido “clase contra clase”

Los bolcheviques construyeron el movimiento obrero revolucionario desarrollando una fuerte lucha ideológica a nivel de la vanguardia, que permitió al marxismo erigirse en el programa que guiase a los obreros rusos. La teoría la sintetizaron con la práctica y la desarrollaron así como praxis revolucionaria, cuya tarea consistía en preparar las condiciones para que las masas pudiesen ejercer su dictadura de clase, a través de los Soviets, y así, adquirir experiencia revolucionaria con la dictadura proletaria, de la mano del Partido obrero de nuevo tipo y sus organizaciones armadas. 

En Europa los partidos que toman el nombre de comunista lo hacen en condiciones dispares a las del bolchevismo y, más que partidos ya constituidos (que unificasen ya a vanguardia y masas en un movimiento político), eran destacamentos de vanguardia, que impulsados por las circunstancias a lanzarse a emular a los rusos (aunque sin el mismo nivel de experiencia teórica y partidaria) acabaron siendo derrotados por la reacción (Alemania, Finlandia, Hungría…). El estancamiento de la Revolución en Europa Occidental tras la primera oleada de insurrecciones que siguieron al Octubre ruso, hizo a la IC tomar en consideración la necesidad de constituir el mentado Frente Único, en el que debía fructificar la unidad de la vanguardia comunista con las bases proletarias del resto de organizaciones. Esta política debía llevar a la vanguardia a desenmascarar a las direcciones oportunistas de la socialdemocracia y así hacerse con sus masas, educadas ya en gran parte en las luchas parciales y el reformismo, para llevarlas por el sendero de la Revolución. La cuestión de los Soviets, como órganos de Nuevo Poder desde los que se tenía que conquistar a la clase proletaria y combatir al capital mediante la acción misma de las masas, se va relegando o se queda, el “sovietismo”, más como un referente discursivo o de acción espontánea de las masas, que como una construcción consciente del Partido Comunista. Aunque esta problemática venía determinada por las limitaciones de la RPM en aquel momento, ya que serían los comunistas chinos, con Mao a la cabeza, quienes recogerían el bagaje de la experiencia soviética de Octubre. No obstante, el enemigo de la Revolución sigue siendo, bajo el Frente Único, el reformismo y la socialdemocracia y, en ese sentido, las 21 condiciones que sellaron la constitución de la Internacional Comunista, seguían siendo validadas por la práctica de sus secciones nacionales. 

Pero en los años 30 empieza a tomar fuerza la idea que es necesario cambiar la táctica y que, frente al ascenso del fascismo, los comunistas han de abanderar la unidad con la socialdemocracia y la “burguesía progresista”, como fuerzas que coadyuven a frenar al fascismo y, al menos en la teoría, al progreso político en el camino al socialismo. La IC sienta entonces las bases teóricas, con las tesis de Giorgi Dimitrov, para realizar la unidad por arriba (entre las direcciones, sin lucha ideológica) con la socialdemocracia. La consigna de unificar al proletariado en un solo partido se convierte, en vez de para concebir que ese partido solo puede ser tal si es revolucionario, en la fundamentación teórica de la necesidad de unir todas las siglas obreras bajo un mismo paraguas, algo ya muy contrario a las bases sobre la que se constituye el MCI 20 años antes y que iban encaminadas, no a unir a los obreros a cualquier precio, sino a unir a la clase revolucionariamente, como clase para sí. El mejor ejemplo lo tenemos en el Estado español con la constitución de la Juventudes Socialistas Unificadas cuyos miles de militantes jugaron un papel fundamental en la lucha contra el fascismo. Y su combatividad y sacrificio en defensa de la clase obrera, nadie puede poner en duda. Pero su estructura política no nacía sobre la base de un programa revolucionario y la unificación, más que el desarrollo del movimiento comunista entre la juventud, era el correlato de la asunción de la democracia burguesa como propia por un amplio sector del movimiento comunista. Y era, también, dejar de lado las tesis leninistas sobre el Partido obrero de nuevo tipo en cuanto que éste había de ser el garante de la independencia ideológica y política de la clase obrera. 

La Guerra y la política del PCE

Para 1936 el PCE ya contaba con una fuerza armada, las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas. No era el único partido que se preparaba para la batalla decisiva, todas las fuerzas políticas contaban con su milicia. El Frente Popular vence en las elecciones en febrero y, enseguida, la maquinaria golpista se pone a funcionar. El Gobierno, mandado por republicanos, titubea y pretende frenar a los fascistas vía administrativa, parlamentando con los oficiales que, se sabe, están por el golpe militar. Cualquier cosa menos armar al proletariado piensan aquellos que sostienen su Gobierno sobre el trabajo de las organizaciones obreras del Frente Popular. Y en estas llega el 18 de Julio. Tienen que pasar tres presidentes de gobierno en apenas dos días para que a las organizaciones obreras se le entreguen las armas con que frenar a los militares fascistas. Las MAOC emprenden una de las más duras batallas en los decisivos días de julio y toman en Madrid el Cuartel de la Montaña. Acaba de nacer el Quinto Regimiento. Este se destaca por su disciplina y su combatividad, pero sobretodo, por ser un destacamento armado del proletariado. 

Decenas de miles de obreros y campesinos, comunistas en su mayoría, nutren las filas del Quinto Regimiento y son comunistas sus principales oficiales, algunos de ellos formados militarmente en las academias de la Unión Soviética. Se establece en su seno el Comisariado Político y se gana la simpatía de las masas proletarias. Incluso algunos mandos son elegidos democráticamente por los soldados. El Quinto Regimiento reúne los elementos para ser el embrión de un Ejército proletario, de un Ejército Rojo. En China, en la guerra de liberación nacional contra los japoneses, los comunistas forman un frente con los nacionalistas del Kuomintang. Los comunistas chinos, que ya han sido duramente reprimidos por su burguesía nacional, combaten al mismo enemigo, los japoneses, pero el Ejército Rojo mantiene su estructura independiente con respecto a la burguesía (cuyo Estado está en gran parte desestructurado), y sigue siendo el instrumento armado con el que el Partido Comunista ejecuta su programa revolucionario en medio de la Guerra Popular con que sienta las Bases de Apoyo de la Revolución. Es la consecución de la independencia política del proletariado aplicada al terreno militar. 

El PCE se encuentra, en la España republicana posterior al 18-J, con una burguesía incapaz de gestionar su Estado y en donde los vacíos de poder son una constante rellenada en muchos casos por las organizaciones sindicales, por los trabajadores. La industria en muchos lugares pasa a control obrero y las tierras empiezan a ser colectivizadas por los jornaleros. En suma, en la España republicana hay una poderosa fuerza proletaria que necesita ser organizada, orientada y a la que se le ha de marcar claramente el Programa de la Revolución que está buscando. Azaña y sus secuaces tienen el poder nominal de la República, pero quienes tienen las armas y organizan la administración de las cosas son los obreros. Y también las obreras, que han roto las cadenas que las ataban y se han puesto en la primera línea de combate. Las masas necesitan de su vanguardia, primero para que le dote de la conciencia revolucionaria que permita convertir los vacíos de poder en auténtico Nuevo Poder, realizado por un proletariado ya en armas. Y segundo para dotar de dirección a la clase y unificar todos los esfuerzos revolucionarios en un mando único proletario. 

Pero ante esta situación el PCE empuja hacia la constitución del Ejército Popular Republicano, en el cual se diluyen las milicias obreras, incluido el Quinto Regimiento. Se sostiene la alianza total con la burguesía republicana y se rehace su Ejército y, con éste, su Estado. Se impone el orden, pero el orden burgués. Poco a poco al comisariado político se le van sustrayendo sus funciones de agitación política y de enlazar el frente con el pueblo trabajador. La mujer es devuelta a la retaguardia y la estructuración del EP se lleva como en cualquier otro ejército burgués. No se concibe la lucha partisana como táctica fundamental en una guerra en que un ejército reaccionario lucha contra un pueblo en armas. Los militares profesionales imponen su criterio y separarán al Ejército de su pueblo de tal modo, que los fascistas acabarán entrando en Madrid sin necesidad de combatir. 

La política en el bando republicano la realizan, durante toda la guerra, las clases con menos fuerza. La burguesía y pequeña burguesía imponen su modelo político y social. Se frenan las aspiraciones del campo, dejando de lado a los campesinos sin tierra, para defender la pequeña propiedad. La cuestión colonial africana, contra la cual el proletariado se había levantado en innumerables ocasiones, nunca se pone en el centro del debate, ni antes ni durante la Guerra. Y eso que la autodeterminación de Marruecos podría haber supuesto un duro golpe para el complejo militar fascista que se nutría de mercenarios y, sobretodo, de africanos a los que se les impuso combatir. Pero esa contingencia habría supuesto azuzar el mapa del África invadida y, con ello, el descrédito de la burguesía republicana ante los imperialistas franceses y británicos de los cuales esperaba inútilmente, todo el Frente Popular, su socorro democrático. En este sentido, al igual que se tiró por la borda todo avance revolucionario a nivel interno para mantener el statu quo que permitía el equilibrio de la alianza interclasista (a pesar de que la correlación de fuerzas había variado tras el 18-J), se abstuvo, a nivel externo, de fomentar cualquier cambio en el reparto imperialista del Mundo, para sostener el débil equilibrio de una comunidad internacional que estaba ultimando los preparativos de guerra. 

En definitiva, el PCE pone su capacidad organizativa y a sus cientos de miles de militantes a disposición de los intereses de la burguesía. Una burguesía traidora, la republicana, que asistió a la guerra como espectadora, que en muchas ocasiones preparó su paz por separado (están los reaccionarios del PNV con la Paz de Santoña. Pero también están los sectores que apoyaron a Casado para que entregase Madrid, donde pululaban por igual republicanos, anarquistas y socialistas; o quienes desde las filas del Gobierno, como el propio presidente Indalecio Prieto, propagaban el derrotismo en la retaguardia mientras los obreros morían en el frente.) 

Unas notas cara al debate revolucionario

La línea del PCE y su política en la Guerra Civil solo puede enmarcarse en las condiciones políticas de aquella época. Los comunistas debemos extraer en el estudio conclusiones de tipo universal, entresacar que elementos de lo concreto son expresión de la lucha de clases general, para así poder afrontar del mejor modo posible las batallas del futuro. Con lo que hemos expuesto hasta ahora creemos que el problema fundamental del PCE (que acabó por reproducirse en el resto de partidos de la IC y que tuvo como trágico epílogo el eurcomunismo) fue que en el noble afán por derrotar al fascismo no se supo garantizar la independencia del proyecto emancipador del comunismo, lo que transparenta tanto en el modo de concebir la lucha militar (integración total del Quinto Regimiento en el Ejército Republicano), como la política (búsqueda de unión con la socialdemocracia, rigidez en cuanto a las alianzas de clase desde febrero del 36). 

Y era el PCE, como referente marxista-leninista de aquel tiempo, el encargado de garantizar esa independencia de programa. No podemos buscar, en este aspecto, responsabilidades entre el anarquismo, y tampoco en la socialdemocracia, ya que aquellas organizaciones eran incapaces de comprender las tareas políticas indispensables de desarrollar (Partido de nuevo tipo y dictadura proletaria) para el triunfo de la Revolución. La CNT contaba en sus filas desde anarquistas que renegaban de toda estructura militar, hasta sectores que se integraron en los distintos gobiernos de Frente Popular. Y los socialistas, igualmente, aunaban a líneas políticas totalmente enfrentadas, desde la sinceramente frentepopulista de Negrín hasta los anti-comunistas recalcitrantes de Besteiro o Prieto, y todos ellos estaban caracterizados por su cretinismo parlamentario y su afán sindicalista. 

En torno al debate clásico entre ¿guerra o revolución?, entendemos que la disyuntiva no era tal. No hay un antagonismo inexpugnable entre la Revolución y la Guerra porque la primera sólo puede desarrollarse a través de la guerra total entre clases. El problema no estaba en “militarizar”, en abstracto como dirían algunos anarquistas, sino en el contenido de clase que se le daría a la militarización. El proletariado se debía haber militarizado al estilo de los comunistas chinos, que solo comprendieron aquellas enseñanza del bolchevismo tras ser aplastados por el Kuomintang durante la década de los 20. ¿En España aquello se podía haber llevado a cabo? Es difícil responder a ello y plantearse sus resultados sería adentrarse por el peligroso camino de la política-ficción. Pero renunciar al debate en torno a ello sería aún más pernicioso para el Movimiento Comunista porque sería renegar de la autocrítica y de aplicarnos el marxismo a nosotros mismos.

REVOLUCIÓN PROLETARIA 
(Artículo que incluiremos en el próximo número de nuestro órgano)

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