martes, 4 de diciembre de 2012

El fascismo, el estado burgués y la lucha de clases


La extensión de la crisis económica y política que viven los regímenes burgueses en Europa está facilitando que asome la cabeza el discurso social del fascismo. Tal es así que allí donde se encuentra el ojo del huracán, en Grecia, la formación fascista Chryssi Avghi (Amanecer Dorado) pasó en menos de un año de no aparecer en las encuestas a tener más de 400.000 votantes, que representan a un 7% de aquellos que todavía acuden a votar[1].
El avance de este “fascismo clásico” (racista, ultra nacionalista, que se moviliza en las calles implantando el terror parapolicial y autoproclamado, sin complejos, heredero de los Hitler, Metaxas…) no puede entenderse sin la fricción que está generando la crisis en las fuerzas políticas griegas (LAOS, anterior receptor del voto ultra participó en los gobiernos de la Troika junto a PASOK y ND) y que está llevando a sectores de la burguesía hacia el discurso nacionalista (Amanecer Dorado busca la salida de la UE) que garantice el orden y la propiedad (las labores parapoliciales de los fascistas griegos se circunscriben al ámbito de la defensa de la propiedad privada, la colaboración con la policía en manifestaciones, el acoso a los obreros más débiles, los inmigrantes, apaleándolos y dando algunos medios “asistenciales” a los obreros nativos con el fin de fomentar la fractura en la clase obrera). Mas el fascismo, como movimiento político, tampoco puede reducirse a estos tiempos de crisis: mientras el imperialismo europeo disfrutaba de su fiesta de expansión, aparecía con total tranquilidad Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales francesas de 2002; crecía pujante el voto nacional en Austria; el revisionismo histórico se hacía un hueco en el Báltico marchando en honor a las tropas de la Wehrmacht; o iba conformándose el neofascismo magiar que entrelaza a los paramilitares de la Guardia Húngara con el partido Jobbik  y a su vez con numerosos grupúsculos nazis y fascistas que actualmente encuentran no pocas simpatías en el gobierno conservador de Orban.
Pero el fascismo es más que un movimiento político. Es un modo de dominación política de la burguesía, que reviste unas características que lo sustantivizan con respecto a las formas parlamentarias en que el capital ejecuta su dictadura de clase. Y es por ello que adquiere importancia realizar un análisis, aunque sea breve, sobre su carácter de clase para no caer en las elucubraciones del oportunismo y el revisionismo con respecto a esta cuestión.

El fascismo como relación entre las clases dominantes

El fascismo es un producto histórico de una determinada época. El rápido crecimiento del capitalismo, el surgimiento de los monopolios y, tras éstos, el monopolismo de Estado. La carrera internacional por controlar mercados, por garantizar las exportaciones de capitales, puso en pie, desde finales del s. XIX, las fuerzas de todas las potencias mundiales. Éstas, entre otras cosas, no hacían más que exacerbar el nacionalismo y con él, el discurso de la supremacía racial se convertía en sustento ideológico que nutría a cada patria de la consciencia necesaria para luchar por ser la luminaria de la Humanidad[2]. Estalló la I Guerra Mundial. Y acabó. En las trincheras quedaron decenas de millones de trabajadores mandados como carne de cañón con el objeto de lograr un buen botín para sus burguesías. La II Internacional secundó la carnicería. La guerra permitió el reparto de unas cuantas colonias de los derrotados entre los vencedores y el desmembramiento de los viejos imperios alemán, austro-húngaro y otomano. Pero la necesidad de expansión del imperialismo seguía intacta. Todas las potencias huían, aun sin saberlo, de la gran crisis económica que llamaba a las puertas del sistema imperialista mundial, que estallaría en 1929. Y a esta se unía otra crisis que el imperialismo si conocía, una mucho más grave, que amenazante se acercaba desde el este: la crisis política que el ascenso de la Revolución Proletaria Mundial imponía a los dueños del Mundo. Si el viejo y tosco imperio ruso había sucumbido al Poder revolucionario de los Soviets, el eco de esta gesta estaba haciendo temblar a todos los poderes de la refinada y burguesa Europa: en Alemania, en Hungría… pero también en el sur, en Italia, e incluso España[3]. Los regímenes con elementos parlamentarios mostraban su desgaste. El proletariado, como clase independiente, ya no jugaba a la farsa del parlamento sustentando a esta o aquella fracción de la clase dominante. Por el contrario, se lanzaba a romper aquel estadio político de dominación del capital. El liberalismo, como ideología de la clase dominante y como sistema estatal que se había asentado en la época del capitalismo concurrencial, estaba en quiebra: el imperialismo ponía en tensión a todas las fuerzas sociales, generando tales contradicciones en el mismo marco nacional, que el Estado liberal, comprendido como aquel que reconoce a las distintas facciones de la burguesía la capacidad de representar sus propios intereses (cuestión cubierta formalmente con la división de poderes) como base política de la dictadura del capital, no podía solventar democráticamente los conflictos que sacudían a las clases dominantes (entre los distintos grupos monopolistas, entre las distintas industrias, entre el capital financiero y la pequeña burguesía, etc.)
Así quedan sentadas las bases para que opere desde el Estado capitalista el fascismo, como forma concreta que toma la dictadura de la burguesía, en el momento en que la democracia se limita a tan sólo algunas fracciones de la burguesía y en dónde éstas ponen todo el peso del Poder en la ejecución de sus designios económicos y políticos. Es decir, cuando el poder del capital se centraliza (con respecto al mismo capital), cuando se estrecha la democracia burguesa, implantando el corporativismo para reducir al máximo las colisiones entre las fracciones del capital. Reducir las colisiones en el único sentido que puede hacerlo el capital, arrancando a una parte de esas clases los medios de gestión del Estado (parlamento, etc.), situándolas, políticamente, en la misma situación en que se encuentra el proletariado y las masas explotadas cuando el capital marcha bajo su normalidad democrática. Decimos “políticamente” porque aquellas facciones expulsadas del marco de gestión de la dictadura burguesa siguen manteniendo su posición de privilegio como poseedores de medios productivos: en 1950, aunque un proletario madrileño y un empresario vasco podían ser aliados tácticos en la lucha contra el fascismo español (y tan sólo en el supuesto de que el proletariado tuviese garantizada su independencia política a través de su partido de nuevo tipo, cosa que no ocurría ya en el Estado español[4]) no podían ir por mucho tiempo de la mano, más allá de acabar con el fascismo, dado que los intereses de uno estarán por la destrucción de toda forma de propiedad privada sobre los medios de producción (dictadura del proletariado) mientras que los del segundo estarán en afianzar, potenciar y desarrollar su capital (democracia para la burguesía nacional vasca).
El fascismo, tal y cómo lo retrató en su momento la Internacional Comunista, no es más que un arma al servicio de la clase capitalista[5],  y más en concreto, del capital monopolista (o del grupo capitalista que sea el pilar de la alianza estatal, pues el fascismo se ha dado en países dependientes). Los objetivos del fascismo son los de defender los intereses de clase de una facción concreta del capital. Es ésta la razón que impronta a todas las formas nacionales que ha adoptado el fascismo y que permiten realizar de éste una radiografía universal:

“(…)la unidad orgánica de la burguesía en el fascismo no se realiza inmediatamente después de la conquista del poder. Fuera del fascismo quedan los centros de una oposición burguesa al régimen. Por una parte, no queda absorbido el grupo que tiene fe en la solución giolittiana[6] del Estado. Este grupo se vincula a una sección de la burguesía industrial y, con un programa de reformismo "laborista", ejerce influencia sobre estratos obreros y de pequeña burguesía. Por otra parte, el programa de fundar el Estado sobre una democracia rural del Sur y sobre la parte "sana" de la industria septentrional tiende a convertirse en programa de una organización política de oposición al fascismo con base de masas en el Mediodía (Unión Nacional)” Tesis de Lyon, III Congreso del Partido Comunista de Italia, 1926.

Lo que adelanta correctamente el Partido Comunista de Italia en los años 20 es que el fascismo es una forma de poder de la burguesía, pero no de ésta en su conjunto si no que es producto del grado de agudización a que llegan las contradicciones entre esta clase.
Cuando el nacional-socialismo toma el poder en Alemania, esta no ha dejado de ser una potencia imperialista: los objetivos del capital monopolista alemán están por un lado en deshacerse del peligro de la Revolución Socialista, el cual ha estado sobrevolando a la sociedad alemana desde el fin de la Gran Guerra (sobretodo entre 1918-19, con el Spartakusaufstand, hasta el derrocamiento de los gobiernos soviéticos en 1923) y que se mantiene vivo a través del KPD, la mayor organización comunista de Europa, tras el comunismo soviético. De otra parte, y fundamental para que surja el fascismo, los monopolios alemanes necesitan superar las trabas internacionales (derrota bélica que relega al imperialismo alemán en beneficio de Francia, el Imperio Británico y EEUU) y nacionales (obligatoriedad legal de resolver “democráticamente” los conflictos en el seno del capital alemán.) para alzarse como principal bloque imperialista mundial. Por esto en la Alemania fascista el Estado monopolista realiza la planificación económica, tomando en sus manos, las decisiones económicas de la nación (es decir, unifica la producción capitalista conforme a las aspiraciones de los grandes monopolios alemanes de la guerra). Realiza el capitalismo de Estado para mantener la propiedad, para sacar de la crisis a los capitales del país: dota de fuertes inversiones a la industria pesada y la organiza a través de los planes cuatrienales. Garantiza la expansión del mercado alemán a través de la ocupación militar, siguiendo los pasos de toda potencia imperialista. Corporativiza al conjunto de la sociedad alemana a través del NSDAP (el partido nazi). Despoja a las capas inferiores de la burguesía de sus organismos de representación y de su capacidad para decidir libremente en sus asuntos mercantiles (esto último es una tendencia inherente al imperialismo, que al reunir elementos de planificación impone cuotas de mercado a los propietarios particulares. La diferencia es que bajo el fascismo esta circunstancia se impone de forma ejecutiva, mientras que bajo condiciones parlamentarias, la burguesía se permite negociar estos asuntos).
Cuatro décadas más tarde es en Chile donde la principal facción de la burguesía se agarra al fascismo para resolver sus contradicciones e imponer sus intereses de clase. Si el capital monopolista alemán utilizó al fascismo para integrar a toda la economía bajo su dominio, la burguesía chilena realiza la operación contraria: los sectores estratégicos del capital nacional son desmantelados y puestos a disposición de capitales extranjeros. El Ejército hace las veces de partido “orgánico” en torno al que se une el gran capital chileno para realizar estas políticas, seguidas minuciosamente por el capital norteamericano, (pronto ocuparán carteras ministeriales los Chicago Boys). Una burguesía dependiente (por su posición en el sistema imperialista mundial) es la explicación material de esta determinada política “neoliberal” que para la socialdemocracia[7] significaría algo así como “desmantelar el Estado” cuando en el Chile fascista lo que el Estado hizo fue convertirse en máquina ejecutoria de los designios del capital nacional en unión al capital extranjero, llevándose por delante a miles de militantes obreros.

Los “socialfascistas”

De aquí cabe reseñar algo sobre la cuestión del fascismo y del Estado que atañe directamente al revisionismo. Para el fascismo el Estado (nacional) significa la armonía entre las clases sociales mientras que para el marxismo la existencia de éste es la prueba material de la existencia de la lucha de clases. Consecuente con esto, el fascismo niega la lucha de clases y comprende al Estado (aparte de para garantizar los intereses nacionales) como sujeto que representa la patria y dota a sus componentes de bienestar, sean proletarios o patrones. Esto permite la “corporativización” de las clases sociales, su representación única a través del Estado (capitalista), la unidad de todas las clases como “clase dominante”. Así es el marco teórico del fascismo. Si al frente colocamos los postulados del revisionismo es harto sencillo comprender el epíteto de “socialfascistas” que acuñó el movimiento comunista para referirse a los exégetas del marxismo: Los socialdemócratas, al negar la dictadura revolucionaria del proletariado, proponían (y así lo sigue marcando el revisionismo “moderno”) que la clase obrera entre a gestionar el Estado burgués, es decir, que la clase trabajadora acceda al poder como clase reaccionaria (así ha pasado hasta hoy en los Estados imperialistas occidentales) generando el reparto de cuotas de poder entre las distintas facciones del capital, lo que supone una tendencia hacia la corporativización de los Estados burgueses la cual se desarrolla, con altibajos, desde que el capitalismo entró en su fase superior (con este “Estado para todos” que corporativiza a los sujetos políticos y niega la lucha de clases podemos comprender porqué se puede denominar socialfascismo a los Estados revisionistas, caso actual de China). Si a esto le añadimos el papel de la socialdemocracia en la primera gran guerra imperialista (ningún pudor al posicionarse por las glorias nacionales y contra la clase obrera) y su labor protagónica al abortar procesos revolucionarios, con el caso de la Revolución Alemana de 1918-19 en donde la socialdemocracia se situó a la vanguardia de la matanza uniéndose a las fuerzas embrionarias del fascismo, los freikorps; tenemos ya un escenario en que denominar socialfascistas a los revisionistas no es más que referirse a lo testarudo de los hechos.
En la crisis de los años 30, con la exacerbación de las contradicciones sociales la burguesía monopolista tenderá, caso de Alemania, a deshacerse de sus aliados “democráticos” y la socialdemocracia, representante de la aristocracia obrera (eslabón más débil de la alianza de dominación), será la primera en caer en las filas de los perseguidos por el fascismo. Esta situación será partera para que la socialdemocracia sea, desde un punto de vista táctico, un aliado del proletariado revolucionario en la pugna contra el capital, términos sobre los que iremos más adelante.

Un esbozo sobre la Comintern y los frentes populares

Volviendo sobre la caracterización que la Comintern hizo del fascismo, si bien era justa en cuanto a señalarlo como producto de la burguesía, erraba a nuestro a entender en determinar que era la “dictadura abierta y terrorista” de los elementos más reaccionarios del capital. Cierto es que los elementos de represión sistemática de los que se dotó el fascismo significaban una “mejora” frente a lo visto con anterioridad (aunque, verdaderamente, las decenas de miles de communards asesinados pueden decir lo contrario). Y cierto es igualmente que el fascismo, como ideología y como movimiento, sacudía a los elementos más reaccionarios de la sociedad pues era un asalto contra los propios valores políticos emanados de la revolución burguesa (liberalismo, democracia parlamentaria, división de poderes…). Pero el racismo, el nacionalismo, las parafernalias imperiales que el fascismo acercaba eran la cosecha de la siembra que el imperialismo había realizado en su época de expansionismo.
El acento que la Comintern pone en el “terror” (represión) como característica del fascismo, unido al viraje político de la asunción del frente interclasista con los socialdemócratas y el resto de partidos burgueses[8] y a la tesis sobre estados intermedios entre la dictadura burguesa y la del proletariado, estaban sellando la separación teórica y política de dos formas de ejecución de la dictadura del capital (símil de las teorías kautskianas contra las que se erigió el comunismo): de un lado el fascismo que “reprime”, de otro lado la “democracia” (en abstracto) capaz de permitir la libertad de acción política a todas las clases sociales. Confusión grave que se ha mantenido de tal modo, no sólo entre la vanguardia, sino entre las masas sin organizar, que cualquier acto represivo de las fuerzas del capital se identifica como “fascismo” y la respuesta popular que encuentra es la de “depurar” y “democratizar” a esos cuerpos armados al servicio de la democracia burguesa:

“El hecho de que los detenidos, es decir, gente que el poder del Estado ha tomado bajo su custodia, hayan podido ser asesinados impunemente por oficiales y capitalistas, gobernando el país los socialpatriotas, evidencia que la república democrática en que ha sido posible tal cosa es una dictadura de la burguesía. La gente que expresa su indignación ante el asesinato de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo, pero no comprende esta verdad, pone de manifiesto o bien tis pocas luces o bien su hipocresía. La libertad en una de las repúblicas mas libres y adelantadas del mundo en la república alemana, es la libertad de asesinar impunemente a los jefes del proletariado detenidos. Y no puede ser de otro modo mientras se mantenga el capitalismo pues el desarrollo de la democracia no embota, sino que agudiza la lucha de clases, que en virtud de todos los resultados e influjos de la guerra y de sus consecuencias ha alcanzado el punto de ebullición.”[9]

Efectivamente, para que la burguesía desate toda su fuerza represiva no es necesario que su Estado esté organizado bajo los postulados del fascismo: ya hemos hecho referencia a la Comuna. La incipiente República de Weimar, sentada sobre el asesinato de los espartaquistas, era una república democrática, de hecho una de las más avanzadas de todo el s. XX. Para que el KPD fuese, por segunda vez, ilegalizado no fue necesario que la Constitución de Bonn cambiase su base liberal. Algo similar ocurrió en EEUU, la persecución de militantes obreros desde inicios del s. XX era una lógica de la democracia burguesa, como lo era el régimen de segregación racial que hasta bien entrado el siglo pasado se mantuvo en ese país a nivel institucional. Para asesinar a los jornaleros de Casas Viejas o a los insurrectos de Asturias, la II República tuvo los mismos reparos que ha mostrado la monarquía constitucional para encarcelar, torturar y asesinar a militantes vascos y antifascistas. Podríamos decir algo parecido de la Francia republicana, que vistió a su Marianne con el uniforme de los paracaidistas para, vuelta de Indochina, verter la sangre del pueblo argelino en África y en el centro de París. Mismas fuerzas, pero con vestimenta británica, que aun someten hoy a una parte de Irlanda. Y podríamos seguir recitando los crímenes de todos los regímenes democrático-burgueses (es decir, democracia para los explotadores, dictadura para los explotados) sin tener que hacer una sola referencia al fascismo. Porque ahogar en sangre a los proletarios conscientes, someter a través del terror a los pueblos, es la única ley que respeta la burguesía. Es justo señalar el terror que sigue al fascismo. Es reduccionismo, y contrario a la tesis marxista del Estado, enfrentar al fascismo el régimen parlamentario. Aquí entran en colusión los principios con la táctica. Se entra en el simplismo político al denominar fascismo a cualquier forma represiva que adopte un Estado burgués. Este signo, que se ha mantenido en el seno del movimiento comunista, lleva en la actualidad a observar, que las tareas políticas de la vanguardia comunista no han de estar encaminadas a reconstituir el Partido Comunista sino a forjar una especie de frente anti-fascista con otras clases que, consecuentemente no tendrán por objeto la construcción de las bases de apoyo (tarea del partido revolucionario), de la Revolución Socialista, sino que se pondrán por meta (aunque sea “volante”) la lucha por alguna suerte de Asamblea Constituyente o etapa republicana intermedia, repitiendo punto por punto, aunque esta vez con la experiencia suficiente para no caer en ella, la deriva por la que navegó el movimiento comunista. Por ello la cuestión del fascismo ha de quedar perfectamente clara. Una mala interpretación del carácter de clase del Estado lleva al proletariado a estrellarse contra el muro de la realidad y ha convertirse en apéndice de algún sector de la burguesía.

El frente interclasista, el Frente Popular, reviste el siguiente problema: Sólo cuando el proletariado está constituido en Partido Comunista puede permitirse hablar de alianzas en torno al poder, sean tácticas o estratégicas. Podemos partir de la premisa de que las secciones nacionales de la I.C. eran partidos de nuevo tipo, sino por sí mismos, por la existencia de la propia I.C. como partido mundial (aunque la consigna de “bolchevización” de los partidos comunistas lanzada por la I.C. en 1924 invita a reconocer los límites de tal premisa). En este caso un Partido Comunista puede y debe tener en cuenta el estado de la lucha de clases en el marco en que se desenvuelve, la correlación de fuerzas existentes y los objetivos por los que lucha cada clase social, incluidos los intereses concretos por donde navegue la Revolución. Un P.C. puede y debe manejar su táctica teniendo presente las contradicciones de la clase dominante y donde puede abrir la brecha, en un momento determinado, para debilitar la unidad del campo de la burguesía. Todo esto es válido y está en la esencia de toda organización revolucionaria. Pero todo esto parte de la premisa de la existencia del Partido, esto es, la incorporación del proletariado a la política como sujeto revolucionario, como sujeto independiente. La actividad del Partido Comunista (bolchevique) es un gran ejemplo. Los bolcheviques no tuvieron mayor problema en aliarse con sectores del campesinado y la pequeña burguesía (adopción del programa agrario eserista) para llevar a cabo la Revolución de Octubre. Esta alianza (con los eseristas de izquierda) no significaba que los bolcheviques renunciasen a implantar el socialismo en el campo de la mano de la dictadura revolucionaria de la clase obrera, es más, esta alianza tenía por objeto sentar las bases de tal socialización al permitir el derrocamiento del Poder burgués y el sometimiento de las clases poseedoras al Poder de los Soviets, ganados para la Revolución Socialista gracias a la labor bolchevique. Los bolcheviques no tomaron el Estado “burgués”, sino que lo destruyeron y las alianzas las gestionaron desde la imposición de la dictadura proletaria. Si seguimos el hilo histórico de la RPM nos encontramos con la revolución en China. El Partido Comunista de China se forjó entre el debate ideológico y el balance de las duras derrotas a que lo sometió la burguesía nacional china unida en el Kuomintang: El Partido, fundado en 1921[10], se alió con el Kuomintang en 1922 para forjar el frente unido que desarrolló la guerra civil contra los elementos de la burguesía burocrática china aliada del imperialismo. Pero esta organización inicia en 1927 la persecución de los cuadros comunistas, iniciándose el segundo período de guerra civil en la cual el P.C. va asentar su base en el campo movilizando a las masas con la guerra de guerrillas. En medio de la guerra civil, China ha de enfrentarse a un nuevo reto: la invasión del imperialismo japonés. Ante estos hechos la Comintern insta al P.C. a que vuelva a unirse al Kuomintang del mismo modo en que estuvo en 1922-27, como forma de aplicar en China el “frente popular” ¿Qué hicieron los comunistas chinos? Sellar una alianza anti-imperialista con el Kuomintang, ¿significaba esto bajar las bandera rojas y declinar ante un régimen burgués? Todo lo contrario, supuso mantener enfrentadas a dos fuerzas contrarrevolucionarias (el Kuomintang chino y el imperio japonés) permitiendo al Partido mantener intacta su independencia política y desarrollando, más y mejor, su trabajo propio en el terreno militar (el Ejército rojo desarrolla guerra popular contra Japón) implantando en las zonas donde se fusiona con las masas el Nuevo Poder, la democracia de los obreros y el campesinado.
En el caso ruso y chino se manejan las alianzas de tal modo que el proletariado revolucionario no queda atado a programas que le son ajenos, por el contrario, queda liberado para desarrollar su línea revolucionaria.
¿Qué es lo que hace la Comintern cuando propone y desarrolla los Frentes Populares?
La unidad inminente (en frentes únicos o incluso en partidos únicos proletarios) con la socialdemocracia de la II Internacional. Aun así, las tesis del frente popular siguen haciendo referencia a la cuestión de la independencia política de los comunistas:

 Naturalmente, los comunistas no pueden, ni deben renunciar, ni por un solo minuto, a su labor propia e independiente de educación comunista, de organización y movilización de las masas. Sin embargo, para asegurar a los obreros el camino hacia la unidad de acción, hay que conseguir sellar al mismo tiempo acuerdos a corto y a largo plazo sobre acciones comunes con los partidos socialdemócratas, los sindicatos reformistas y las demás organizaciones de los trabajadores contra los enemigos de clase del proletariado.”[11]

Pero todo el trabajo de los P.C. se circunscribe al ámbito de la organización de las luchas de resistencia de las masas, a que los comunistas sean los que mejor organizan la lucha sindical, la lucha por la defensa de los derechos democrático-burgueses, etc. Y la ofensiva, una vez se hallan “acumulado” las fuerzas necesarias (en la unidad de acción con la socialdemocracia) se lanzará en forma de huelga política, la táctica proletaria de la época previa a la existencia de los partidos de nuevo tipo:

“Debemos preparar sin descanso a la clase obrera para los cambios rápidos de formas de lucha, al variar las circunstancias. A medida que crezca el movimiento y se fortalezca la unidad de la clase obrera, tendremos que ir más lejos y preparar el paso de la defensiva a la ofensiva contra el capital, poniendo proa a la organización de la huelga política de masas. Condición obligada de una huelga semejante es que los sindicatos fundamentales de cada país sean enrolados en ella.”[12]

Ocurre con la cuestión del Poder algo similar. En las tesis del VII Congreso, la IC no reniega del poder soviético:

“(…) los comunistas somos partidarios del poder soviético, único poder capaz de emancipar a los obreros del yugo del capital. Pero, ¿queréis un gobierno laborista? Perfectamente. Nosotros hemos luchado y luchamos mano a mano con vosotros por derrotar al "gobierno nacional". Estamos dispuestos a apoyar vuestra lucha por la formación de un nuevo gobierno laborista, a pesar de que los dos gobiernos laboristas anteriores no han cumplido las promesas hechas por el Partido Laborista a la clase obrera. No esperamos de este gobierno que se realicen medidas socialistas. Pero, en nombre de millones de obreros, le formulamos la exigencia de que defienda los intereses económicos y políticos más apremiantes de la clase obrera y de todos los trabajadores. (…)”[13]

Pero sin embargo propone el apoyo a un gobierno progresista con la esperanza de que este frene las medidas reaccionarias que está imponiendo la burguesía o en todo caso, si así no lo hiciese, las masas obreras que arrastraba el laborismo (la socialdemocracia británica), caerían tranquilamente en el colchón de los comunistas. Así se situaba la acción comunista totalmente subordinada a los intereses de otras clases sociales que por defecto darían a los comunistas la dirección de las masas. No hay construcción independiente de los mecanismos de la Revolución. El problema cardinal aquí es que los comunistas no sobrepasaban la labor de organizar las luchas por reformas junto a otras clases (la socialdemocracia ya hemos dicho, encuentra su base material en la aristocracia obrera) y no está construyendo paralelamente ninguna base política ni de Poder independiente de la burguesía y en los casos que lo hace (el Quinto Regimiento en España) pronto lo diluye en las formas de acción de otra clase (Ejército republicano). Y se espera de todo esto que las masas, por la justeza de las consignas, por el desarrollo de las cosas, caigan en brazos de los comunistas.

El problema de la IC no proviene de orquestar la alianza táctica con sectores de la burguesía (incluidos los socialdemócratas) en la lucha contra el fascismo, sino en elevar esta alianza a bloque de poder atando así las manos de la vanguardia revolucionaria y obligándola a cumplir con los programas de otras clases deshaciéndose de sus propios objetivos (contrario a la experiencia pretérita rusa y a la coetánea china). En vez de ser una alianza en la perspectiva de crear Poder Revolucionario se convierte en la alianza hacia un poder en el que se mantiene dicha alianza: en otras palabras; la alianza no se concibe como modo de permitir la ejecución de la dictadura revolucionaria del proletariado (independencia política de la clase obrera) sino para garantizar la pervivencia de una forma de dictadura de la burguesía (a lo sumo adjetivada de “nuevo tipo”[14]).

Fundamentos para el debate

            La cuestión del fascismo y la lucha antifascista es parte fundamental en la historia del Movimiento Comunista Internacional. La valentía con la que millones de comunistas se lanzaron a la victoria frente a aquel, tiende a poner un velo ante muchos militantes que observan en el análisis marxista sobre aquel periodo un “peligro” para la memoria. Ver así las cosas es producto de la debilidad de nuestro movimiento, tomado por el oportunismo y cuya práctica política desatiende a las bases mismas sobre las que se constituyó el comunismo. Pues hacer balance de nuestra experiencia revolucionaria no debe plantearse ni como un medio para renegar de la historia ni como una forma de autocomplacencia. Hacer balance de la experiencia de la Revolución significa entresacar los elementos concretos y los generales de todo proceso, para poder abordar el próximo período de la Revolución Socialista desde las cotas ideológicas más elevadas, que son la garantía previa para cualquier empresa proletaria que se ponga por objeto no solo el derrocamiento del poder burgués, sino el desarrollo de la revolución socialista hasta sus últimas consecuencias. Frente a esto aún se erigen aquellos que se atan a una u otra “tradición” del movimiento para trasladar mecánicamente cualquier estrategia o táctica (incluso aunque demostrase su invalidez) para lo que suelen desembarazarse del análisis marxista y la contextualización que nos llevan siempre a unos elementos comunes que se han dado en cualquier proceso revolucionario: la construcción de la vanguardia a través de la lucha teórica y programática, la independencia política del partido comunista y la necesidad de ir construyendo un Poder revolucionario (que movilice a las masas) para destruir el poder del capital.
           

REVOLUCIÓN PROLETARIA
DICIEMBRE 2012



NOTAS

[1] En las generales de 2009, los nazi-fascistas griegos apenas consiguieron el 0,3 % de los votos. En mayo de 2012 llegaron al 7% (21 escaños) y en junio se mantuvieron en el 6,9% (18 escaños).
[2] Los imperialistas británicos a lo largo del siglo XIX defendían que la raza “anglosajona” por su superioridad estaba llamada a ser la raza civilizadora de los bárbaros. Tras la II GM Churchill mantendría esa lógica discursiva en la que los pueblos “de habla inglesa” debían extender su dominio global para frenar al bolchevismo. Los fascistas alemanes no hicieron más que acogerse a esta “tradición” y ponerla a funcionar bajo sus particulares intereses.
[3] Entre la Revolución de Octubre y el año 1923 se suceden gobiernos revolucionarios en varias regiones de Alemania, en Bulgaria, Hungría, Finlandia. En Italia este período se conoce como el Bienio Rosso, surge el movimiento de ocupación de fábricas y se produce la rebelión de Bersaglieri. En España los tres primeros años de la década del 20 se conocen como “trienio bolchevique” por la elevada y continuada capacidad de combate que mostró el proletariado del campo y la ciudad, todo esto precedido por los choques revolucionarios de la Huelga General de 1919.
[4] En un artículo anterior “A vueltas con Carrillo: El PCE y el revisionismo en el MCI” (Octubre 2012) realizábamos un análisis sobre la línea política del PCE tras la guerra civil, cuando el Partido asume todos los elementos “tácticos” y “estratégicos” del revisionismo: reniega de la dictadura del proletariado y de la lucha de clases para postularse como fuerza de orden para gestionar el desarrollo del capitalismo español.
[5]Bajo las condiciones de la profunda crisis económica desencadenada, de la violenta agudización de la crisis general del capitalismo, de la revolucionarización de las masas trabajadoras, el fascismo ha pasado a una amplia ofensiva. La burguesía dominante busca cada vez más su salvación en el fascismo para llevar a cabo medidas excepcionales de expoliación contra los trabajadores, para preparar una guerra imperialista de rapiña, el asalto contra la Unión Soviética, para preparar la esclavización y el reparto de China e impedir, por medio de todo esto, la revolución.” G. Dimitrov, Informe ante en VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935
[6] La solución giolittiana, se refiere a la época de principios del siglo XX en la que  Giovanni Giolitti gobernó intermitentemente el país. Político liberal, su gestión se centraba en conciliar los intereses de la burguesía con los sectores organizados de clase obrera para suprimir las aspiraciones del proletariado revolucionario. Llegó a proponer a Palmiro Togliatti una cartera ministerial a la que renunció. No dudó en defender la acción fascista contra las organizaciones revolucionarias. (Nota de REVOLUCIÓN PROLETARIA)
[7] En la actualidad la política de reestructuración que lleva a cabo la burguesía ante su crisis se define como “desmantelamiento” del Estado, ya que se ve a éste como un dispensador de servicios públicos y no como un instrumento al servicio de la clase dominante. En esto se dan la mano revisionistas y socialliberales, siempre pendientes de la defensa de “lo público”.
[8] La socialdemocracia converge con la burguesía desde su bancarrota, en algunos casos antes. Cierto es que sociológicamente habrá sectores de la socialdemocracia que alberguen en sus filas a sectores proletarios que incluso se van a situar a la izquierda de la IC, caso de la izquierda del PSOE durante la guerra civil. Aunque, para ver el dificultoso marco de la época, quienes representaban a aquella izquierda, entre ellos Largo Caballero, venían de haber participado en los gobiernos primorriveristas.
[9] Tesis e Informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado, V.I. Lenin, 1919.
[10] El Partido Comunista de China se funda oficialmente en 1921, mas su constitución como partido de nuevo tipo se realiza tras la experiencia 1921-1927. Para una interpretación marxista de este período es recomendable estudiar el trabajo “China 1927. De la insurrección a la guerra popularEl Martinete nº 20, 2007.
[11] G. Dimitrov, Informe ante en VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista, 2 de agosto de 1935
[12] Ibídem
[13] Ibíd.
[14]Ese régimen, por el establecimiento y desarrollo del cual luchó el Partido Comunista era la República Democrática que en el transcurso de la guerra fue convirtiéndose, en virtud de las transformaciones realizadas, en una República de nuevo tipo: no era la del 14 de abril, pero no era tampoco una República Socialista.” Historia del PCE, EditIons Sociales, 1960



martes, 13 de noviembre de 2012

La Huelga General del 14 N y la lucha de clases

 (A continuación reproducimos el comunicado conjunto de la Juventud Comunista de Almería y de la Juventud Comunista de Zamora en torno a la convocatoria del 14 de Noviembre)

La búsqueda de la salida de emergencia que el capitalismo necesita para solventar su crisis sistémica sigue su curso. Para el gran Capital el pasillo, empedrado con millones de obreros en paro y desahuciados, hacia esa puerta llamada “crecimiento económico” se estrecha y ha de deshacerse de algunos de los sectores con los que, hasta 2008, caminó de la mano por aquel gran salón del Estado del bienestar, que era solo la dictadura del capital con rostro humano y que se sostenía sobre los pilares de la explotación de la clase obrera y el expolio, a manos llenas, de tres cuartas partes de la humanidad. Los mecanismos que la clase dominante ha activado, en forma de ajustes, muestran que el capital se ha empeñado en grabar a fuego la “marca España” sobre los trabajadores mediante esas medidas impuestas a golpe de porra en todos los rincones donde habita el proletariado y que permiten sacar pecho a los tertulianos que gobiernan el país cuando se reúnen con sus socios de la Troika y el Bundesbank.

Los “recortes” y la clase dominante

Primero ha de aclararse: el proceso de reformas de la alianza estructural, formulada en el Estado español a través de la intocable constitución y revalidada cada cierto tiempo por los “pactos sociales”, se encuadra en el nuevo esquema configurado por la burguesía española, en conexión con el imperialismo europeo, para seguir aplastando a la clase obrera. El PP no está haciendo otra cosa que seguir los pasos del PSOE (que sigue en sus trece junto a Izquierda Unida en Andalucía), porque el ataque a la clase obrera es un pacto transversal sellado por los poderes de Europa donde la única problemática está en si se va a robar al obrero con la mano derecha o con la mano izquierda. Un matiz, derecha-izquierda, que hemos de ver en el marco de la lucha de clases para saber contextualizar las reformas y no caer en los juegos del oportunismo.
La unidad temporal entre el capitalismo español y el europeo da señas de que la “soberanía nacional” no ha sido transgredida por ningún agente exógeno, como señalan desde los portavoces oficiales de la democracia hasta algunos “anticapitalistas” que definen la situación mediante la supuesta “pérdida de soberanía” del pueblo español. Esto sólo pueden decirlo aquellos que confían en que de la farsa de las urnas pueda salir alguna vez algo que para la clase obrera no sea dictadura del capital; esto sólo pueden afirmarlo los que quieren hacer creer a los trabajadores que las relaciones entre estados puede darse, bajo el capitalismo, en forma solidaria y comunitaria, y no a través de una lucha por imponer unos determinados intereses nacionales sobre otros. 
Las reformas pues coinciden escrupulosamente con los intereses del capitalismo español, y generan fricciones entre los mismos sectores que forman la dictadura del capital en el Estado español: la burguesía monopolista (el capital financiero e industrial), las burguesías nacionales (vasca, galega y catalana), la pequeña burguesía y los sectores populares privilegiados (la “aristocracia obrera”, cuyo mejor representante es el sindicalismo mayoritario). Los cambios en el sistema educativo y sanitario, en la seguridad social, en las relaciones laborales... no son otra cosa que el modo en que cristalizan ante nuestros ojos los cambios en la correlación de fuerzas dentro de esas clases que ocupan el Poder. En esto contexto la Huelga General convocada por los sindicatos mayoritarios muestra, precisamente, que esos cambios en lo alto de la estructura social, que comprometen a toda la sociedad, se cometen en medio de la lucha entre la misma clase dominante en donde la burguesía monopolista (los Botín, Ortega, Roig, etc.) hace de sus deseos ley. La Huelga General se convierte, en este marco, en un refrendo de la aristocracia obrera frente al capital monopolista, al que los comunistas no podemos acudir para apoyar al sector más crítico o radical de estos elementos con la excusa de la “unidad”, dado que la aristocracia obrera defiende intereses de clase, no solo ajenos, sino antagónicos a los de la clase obrera. Los comunistas por el contrario, hemos de movilizarnos para señalar el carácter de clase de cada uno de los actores sociales así como las verdaderas tareas que ha de acometer el proletariado consciente.

¿Por qué ahora?

Las CCOO y la UGT son la punta del iceberg de la aristocracia obrera. Son los representantes de esos sectores populares beneficiarios de la explotación del conjunto de la clase trabajadora y de los países oprimidos, que se aupó al poder en un contexto social (el de la transición) en donde la correlación de fuerzas entre las clases posibilitó que unas cuantas migajas fuesen del lado de los asalariados: por un lado estaba la necesidad, económica y política, de la clase dominante en España de abrir espacio a otras clases para gestionar el poder, a imagen y semejanza del resto de estados europeos, de otra parte estaba el movimiento obrero como sujeto desestabilizante de la reforma controlada. Estas dos cuestiones entrelazadas eran la base para que un sector de la clase asalariada accediese al Poder, dentro de la democracia capitalista. Desde ese momento y durante tres décadas hay una alianza estable entre el gran capital y el resto de los sectores ya mentados, que se resumen gráficamente en los pactos de la Moncloa y de Toledo. Con el acceso a ministerios de cargos sindicales y con el paso de éstos, cual parlamentarios, de la esfera pública a la privada para recibir recompensa por sus servicios prestados.
Hoy el escenario se muestra distinto. La burguesía necesita “soltar lastre” para tener más poder y abaratar, con más facilidad, la fuerza de trabajo. Con una clase obrera desprovista de sus instrumentos de lucha y con una aristocracia obrera sin la suficiente base, ni económica ni política, para ofrecerse a la burguesía como fuerza de contención, el capital no necesita el elevado número de vendeobreros que durante estos años ha tenido en sus organismos de gestión política y administrativa. El sindicalismo mayoritario, convertido hace mucho al parasitismo capitalista pierde su máscara de actor social, descubriéndose lo que ya sabía cualquier proletario que en su vida laboral se haya topado con ellos: que estos representantes de la podredumbre del sistema capitalista son incapaces de hacer algo distinto que no sea intentar salvar su condición de paniaguados, que excede con creces (a través del salario diferido) a la “burocracia sindical” a la que limitan su crítica el revisionismo y el oportunismo.

La ofensiva del capital y la clase obrera

Ante esta situación la mayoría del movimiento obrero y alternativo trata de construir un bloque de referencia para la clase, siempre, aunque en distinto modo, a través de un sindicalismo “verdaderamente combativo” que lleve la lucha sindical de los despachos a la calle, recorriendo hacia atrás el camino que el sindicalismo ha recorrido a lo largo de la historia. Se intenta, en definitiva, conformar un proyecto político que luche contra los recortes y lleve al sindicalismo a ser lo que fue en otro período.
Pero hay que entender el sindicalismo, no como simple actividad sindical sino como línea política consistente en ir agregando los distintos problemas que asolan a la clase obrera (paro, pobreza, exclusión, vivienda, racismo, etc.) a una especie de tablero de reformas en donde la solución de cada cuestión se encuentra compartimentada. El sindicalismo es aquella propuesta política que encierra a los trabajadores en el tira y afloja con el patrón y con el Estado burgués: más salario, más derechos sociales, más reparto justo… que en el siguiente reajuste del capital volverán a ser barridos para que empecemos de cero, pues son solo concesiones temporales que el capital se ve obligado a realizar en un contexto de ascenso de las luchas populares. Pero estas luchas, por más que estén dinamizadas por “revolucionarios” y se pretendan para, con buenas intenciones, “acumular fuerzas”, no sirven más que para plantear a la clase dominante una revisión de sus políticas para con los trabajadores Y no otorgan a la clase obrera una conciencia revolucionaria que eleve al movimiento sobre la meraresistencia a los envites del capital monopolistapara lo que ni siquiera están sirviendo. Si acaso ayudan al “anticapitalismo” existente a ponerse en la cola de la aristocracia obrera y ser vehículo de la ideología burguesa entre los trabajadores. 
Para crear conciencia revolucionaria entre las amplias masas obreras, es decir para construir el movimiento revolucionario, es necesario, en primer lugar, que reconstituyamos la ideología de la clase obrera, pues si no hay teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Es decir, si no se tiene en cuenta la experiencia histórica de la clase obrera y no se lucha contra las bases teóricas del reformismo que supura al movimiento obrero y las luchas espontáneas, recolocando al comunismo revolucionario en la vanguardia ideológica de la clase obrera, es imposible desarrollar una línea general sobre las tareas de la Revolución. Solo con el desarrollo consciente de esta labor es como podrá ponerse en pie el movimiento revolucionario organizado que a través de la ejecución de programa político ponga en práctica la transformación de las condiciones de vida de los trabajadoresunificando esa conciencia revolucionaria con el movimiento de masas, entendiendo este conjunto organizativo proletario como Partido Comunista. Y su constitución implica un largo proceso que (siendo realistas y no dejándonos llevar por los distintos movimientos espontáneos que tan pronto aparecen como desaparecen, que están accionados por la política que sigue el capital o que, directamente, representan intereses distintos a los del proletariado) choca radicalmente con las medidas cortoplacistas e infantiles que esgrime el oportunismo, se vista de rojo o de anarconsindical, que no logra salir de esas inercias sindicalistas que son las que precisamente han despojado al proletariado de sus organismos de combate que a lo largo del siglo XX hicieron temblar el poder internacional de la burguesía. Unas lógicas reformistas en donde lo que se llama “revolución” (o “proyecto constituyente”, a gusto del consumidor) no es más que una componenda con amplios sectores de la clase dominante a través de la cual se repartiría justamente la riqueza social entre capitalistas y trabajadores. Toman el Estado en abstracto y no como un instrumento de una determinada clase.
Tal es así que incluso se habla, con bastante ligereza, de construir, “poder popular” o “contrapoder”, pero eso sí, limitando ese poder del pueblo a ser el espíritu ético de la burguesía (salvo algún “oligarca” a nacionalizar) a la que se hará entrar en razón a golpe de los decretazos impuestos por el Estado… ¡de los propios capitalistas!. El mismo Estado diseñado exclusivamente para aplastar a la clase obrera en la producción o para expulsarla de la misma, para dejarla sin hogar e ilegalizar sus organizaciones, para limitar el derecho a manifestación y encarcelar a los más conscientes o para pisotear los derechos nacionales de los pueblos.
Porque desde el punto de vista de la Revolución Socialista, “poder popular” no puede ser una consigna vacía que se grite en aras de captar más votos en unas elecciones en las que la burguesía reparte su poder. Poder Revolucionario significa instituciones nuevas, creadas por y para la clase obrera y cuya tarea primordial es luchar contra las instituciones del Estado capitalista edificando el programa emancipatorio del proletariadoLa Revolución no es un problema de dirección, sino de construcción. No puede pretenderse que la revolución consista en agazaparse tras los movimientos espontáneos, perdidos en la conciencia sindical, para soltarles un par de consignas que los radicalice y los lleve a la “insurrección”. Si el poder burgués es la alianza de las facciones del capital para ejecutar su programa político (sus intereses de clase) el Poder proletario ha de ser la unión de la clase obrera ejecutando su programa revolucionario. Aquí no existen subterfugios.
El programa de acción que se crea de enraizar la ideología revolucionaria, depurada de oportunismo, con las masas proletarias a través del Partido Comunista, solo puede tomar tierra con la sucesiva edificación del Poder popular que solo puede significar, para la clase obrera, confrontación de la dictadura del capital con la democracia de los trabajadores, con la dictadura revolucionaria del proletariado. Observarlo de otro modo es, simple y llanamente, inducir a la clase obrera por el camino del pacto social, de la transacción mercantil entre intereses políticos que le son ajenos y que no proponen, más allá de las formas, nada que se aleje un solo ápice de la democracia burguesa, de la dictadura del capital.

"El capitalismo es un sistema imposible de reformar. La tarea histórica del proletariado moderno es destruirlo, no reformarlo“
V.I. Lenin

Juventud Comunista de Almería
Juventud Comunista de Zamora
Noviembre 2012