miércoles, 14 de mayo de 2014

La "enfermedad infantil" y el cretinismo parlamentario



A continuación presentamos el artículo “La “enfermedad infantil” y el cretinismo parlamentario”, el cual publicáramos en diciembre de 2011 para analizar algunas de las posiciones que defiende el revisionismo para justificar su postración ante los procesos electorales de la clase dominante. En tanto trata cuestiones generales sobre estrategia y táctica revolucionaria, las posiciones que defendemos tienen plena vigencia y, con el objeto de desenmascarar las consignas oportunistas que pretenden confundir al proletariado en lo que a defensa de principios y flexibilidad táctica se refiere, como si fuesen ambos elementos disociados, sigue siendo válido para la confrontación con el vacuo electoralismo de buena parte del revisionismo. 

En lo que se refiere al circo electoral del 25 de Mayo convocado por el gran capital para repartir los escaños del Parlamento Europeo entre los distintos estratos de las clases privilegiadas representadas en las diversas candidaturas electorales, y entre las cuales hay numerosos destacamentos que se proclaman así mismos “comunistas” (la UJCE en La Izquierda Plural, el PTD+ en Podemos o el mismo PCPE), poco se juega la clase obrera. Ninguna de las propuestas reformistas que acuden a las urnas sirve al proletariado, ni para nuestros intereses más inmediatos frente al capital, ni resolver la tarea de acumular fuerzas de vanguardia en torno a la reconstitución de los instrumentos de la Revolución Socialista, por lo que la única consigna proletaria que cabe ante esta farsa es:

¡Ni un voto obrero en las urnas!

¡Boicot al 25M!
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LA "ENFERMEDAD INFANTIL" Y EL CRETINISMO PARLAMENTARIO
 
 Un discurso prefabricado


Ser un dirigente revisionista, en cuanto a trabajo ideológico, ha de ser sencillo. Debe ser similar a lo que hacen los curas. Basta con representar a Lenin como a un dios y al marxismo como una biblia para tener a la parroquia, léase militancia de base, ensimismada e impotente para la crítica. Las herejías políticas del joven obrero se atajan bajo la inquisitorial acusación de “izquierdismo”, convertido, hasta llegar al absurdo, en el único y principal pecado capital del movimiento comunista. Erradicada la capacidad ideológica  de los bienaventurados militantes, éstos ya se hayan dotados para difundir el revisionismo entre las masas y capacitados para recoger firmas, “agitar” en las elecciones o adentrarse en los sinfines del sindicalismo de salón, aunque tengan que sufrir primero las pegadas en la calle y las esperas en la puerta de una fábrica para repartir el panfleto reformista de turno.
Para cualquier marxista-leninista coherente es repugnante ver como amparándose en V.I. Lenin y en la Revolución Proletaria Mundial, oportunistas de todo pelaje ahondan en su cretinismo parlamentario y emponzoñan a la clase obrera y a algunos de sus elementos más válidos (la juventud que se interesa en la lucha y decide organizarse), con su ilusionismo pequeñoburgués. Porque ante el debate sobre participar o no en unas elecciones ¿quién no ha oído recitar de memoria alguna frase descontextualizada de “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo”?
En este libro, el camarada Lenin exponía algunas cuestiones de orden táctico, una vez la vanguardia se haya en el proceso de conquistar a amplias capas de la clase proletaria. En este aspecto incidía en la necesidad de combinar, por parte del Partido Comunista, el trabajo legal con el ilegal, concretado ello en la posibilidad de participar en algunas instituciones burguesas (sólo para tribuna, al estilo de K. Liebknecht o los bolcheviques, y no para su gestión: eurocomunistas, bolivarianos, reformistas pintados de m-l…) y en la obligación que tiene la vanguardia revolucionaria de actuar, allí donde se encuentren las que determine que son sus masas, que en la Europa occidental de inicios del s.XX, era en los sindicatos[1], dado que se daban por resueltas las tareas de constitución de los  partidos obreros de nuevo tipo. Pero antes de esa exposición táctica, y durante el transcurso de la misma, Lenin enfatiza sobre el desarrollo y largo proceso de construcción ideológica y política que han sido necesarios para constituir el Partido bolchevique, el sujeto revolucionario, y sólo así, con la existencia de un Partido que fusione en un movimiento organizado a vanguardia y masas, se enfrenta a algunos de éstos problemas de índole táctica con respecto al Estado burgués. La táctica se somete a la estrategia. Cuando no existe Partido, la táctica se concentra en la estrategia de constituirlo.

En el sentido de la comprensión del sujeto revolucionario, del “núcleo sólido del partido revolucionario”, Lenin criticará a un sector, dentro del movimiento revolucionario, que denominará “izquierdista”[2]. El “izquierdismo” se caracteriza por su incomprensión de las tareas objetivas que en cada momento ha de resolver la vanguardia proletaria para su propio desarrollo político y acercamiento a las masas, concepto, el de masas, que varía conforme lo hace el propio estado de la vanguardia. El “izquierdismo” se desentiende de las mediaciones necesarias entre el proletariado como clase social y el Comunismo, esto es, se olvida o deforma, los organismos sociales y las configuraciones políticas que ha de desarrollar el proletariado revolucionario (Partido Comunista, Dictadura del Proletariado…) para hacer la revolución y transformar radicalmente la sociedad. El líder bolchevique desarrolla lucha ideológica, como hizo siempre, contra el “izquierdismo” para que sus mejores elementos retornen a la justa línea de la Revolución y para desenmascarar al confusionismo pequeñoburgués que tarde o temprano se pondrá junto al revisionismo y contra la revolución. En medio de esta polémica Lenin, diferenciando al reformismo socialdemócrata del “izquierdismo” que defiende el Poder Soviético, escribe:

Pero en el fuego de la lucha revolucionaria, los hombres que se dedican a conciliar lo inconciliable no serán más que pompas de jabón. Así lo mostraron todos los adalides “socialistas” de 1848, así lo mostraron sus hermanos carnales, los mencheviques y socialistas-revolucionarios de Rusia, en 1917-1919, así lo muestran todos los paladines de la II Internacional de Berna o amarilla. Las discrepancias entre los comunistas son de otro género. La diferencia radical sólo pueden dejar de verla quienes no deseen ver. Son discrepancias entre los representantes de un movimiento de masas que ha crecido con rapidez inusitada. Son discrepancias sobre una base fundamental común, firme como la roca: sobre la base del reconocimiento de la revolución proletaria, de la lucha contra las ilusiones democrático-burguesas y el parlamentarismo democrático-burgués, del reconocimiento de la dictadura del proletariado y del Poder de los Soviets.[3]

Un discurso que hay que combatir

De la cuestión parlamentaria, tal y como es comprendida por la amplia mayoría de nuestro movimiento, se desgajan dos problemas que están necesariamente unidos. Primero, que el revisionismo da por sentada la existencia del sujeto revolucionario y, segundo, que el revisionismo pretende que el sujeto revolucionario gestione el Estado capitalista. 
El discurso contra el “izquierdismo”, como ya hemos dicho, se sobresalta con cada cita electoral. Un epíteto, el de izquierdista, que igual que se usa contra los marxista-leninistas que llamamos al boicot de las elecciones, se utiliza contra organizaciones electoralistas de corte posmoderno como Izquierda Anticapitalista, con un programa keynesiano parejo al de IU y el PCE. Multitud de organizaciones comunistas llaman a la participación escudándose ante los elementos más avanzados de nuestra clase en viejas palabras pues temen analizar la verdad objetiva. Y ocurre que los revisionistas, el derechismo y el centrismo que supura nuestro movimiento,  se convierten en los principales solidarios con el “izquierdismo”. En la actualidad las tareas de la militancia comunista son de orden interno, en cuanto a que, lo que necesita el comunismo es reconstituirse como referente político para las masas obreras, siendo primordial su previa reconstitución como ideología de vanguardia. Sólo resolviendo éstos problemas, el proletariado organizado podrá ir directamente al derrocamiento del Estado imperialista y preguntarse, sobre la estrategia de tomar el Poder político, cual es la táctica adecuada y si puede o no aprovecharse de alguna institución para desarrollar la lucha revolucionaria.
Una táctica que deberá desarrollarse a través de los organismos que el Partido construya concéntricamente en torno a una línea revolucionaria, sobre unas bases ideológicas independientes del movimiento espontáneo de las masas, es decir, sobre el marxismo-leninismo. Contra esto el revisionismo, que se esconde bajo los símbolos de la clase obrera, da por finiquitada la construcción  del Partido Comunista (que no ve como una unidad dialéctica y objetiva entre la vanguardia y las masas) o la reduce a un proceso de unificación voluntarista entre los que ya se autodenominan comunistas, mandando al movimiento obrero espontáneo a enfrentarse con el Estado, no para destruirlo sino para reformarlo a base de programas “tácticos” o “estratégicos” de confrontación sindical/electoral. Y en éstas al no poder dotar al movimiento de programa revolucionario, por no haber abordado con sinceridad las tareas de construcción ideológica y política que corresponden a nuestro tiempo, las organizaciones revisionistas se presentan ante la clase sobre unas bases reformistas alimentadas por el devenir de las luchas espontáneas de la clase que para colmo ni encabeza  ni puede influenciar. Es decir, que bajo el discurso parlamentarista, más allá del programa que se envíe por correspondencia al electorado, lo que está es la incomprensión de las tareas actuales del movimiento revolucionario, reconstituirse como tal, que se desarrolla políticamente en una vulgarización de la Revolución Proletaria convertida en mera suma de reformas del capital y en una re-estatalización del orden burgués, es decir, se pasa de luchar por la dictadura revolucionaria del proletariado al Estado del bienestar con tintes “rojos”. Siendo generosos es como pasar de la URSS de Lenin a la del XX Congreso del PCUS y de la China de la Revolución Cultural Proletaria a la de Deng Xiao Ping.[4]
El revisionismo se contenta con la teorización fosilizada y la práctica reformista cuyo máximo exponente lo encontramos en el parlamentarismo, en el trabajo legal convertido en culto del institucionalismo y el posibilismo bajo el Estado burgués. Cuestión ésta para la que no es necesario estar integrado en el Estado, como ocurre con IU y el PCE/UJCE los mejores practicantes del parlamentarismo desde ayuntamientos, consejos de juventud y otros órganos burocráticos del Estado…, sino que éste se puede cultivar desde la teoría programática como ocurre con el resto de camaradas que siguen viendo en las elecciones una fuente de acumulación de fuerzas para la Revolución Socialista.
Para la clase obrera las elecciones burguesas tan solo muestran una actividad más a través de la cual la burguesía pretende alienar a los explotados. Solo la aristocracia obrera y sus representantes pueden obtener de la participación electoral una “acumulación de fuerzas” que sirva a sus intereses de clase. Las elecciones burguesas no sirven para acumular fuerzas con vistas a la Revolución. La participación en las elecciones, al no existir un referente revolucionario fuera de las instituciones solo sirve para ahondar en las ilusiones pequeñoburguesas de las masas obreras. Lo ejemplifica bien la nefasta consigna electoral del PCPE que con su “¡Todo para la clase obrera!” sólo está dando a entender a los obreros que con su delegación electoral pueden alcanzarlo “todo”, algo, bajo el punto de vista marxista, falso pues para alcanzarlo “todo” la clase obrera ha de destruir la máquina del Estado burgués y constituir uno sobre nuevas bases, las de la dictadura proletaria emanada de organismos ajenos al Estado burgués, es decir, surgidos del Nuevo Poder. Y para salvar esta oportunista consigna electoral, esperemos que no haya camaradas que se remitan a los bolcheviques y su ¡Todo el Poder a los Soviets! pues en el Estado español ni hay partido obrero de nuevo tipo, ni Soviets que actúen como Nuevo Poder. Aquí lo que hay, lo que demanda el momento político que atraviesa el proletariado no es ni desgastarse en el economicismo ni justificar el cretinismo parlamentario de las direcciones revisionistas, sino enfrentarse a la lucha por la reconstitución de la teoría marxista-leninista en aras de hacerla converger con las masas de la clase para constituir Partido Comunista.


[1]              En España, por ejemplo, cuando se constituye el P.C., la CNT y la UGT cuentan con varios centenares de miles de afiliados. Ambas organizaciones habían participado en la Huelga General de 1917 y otros sucesos revolucionarios. La condición inequívocamente proletaria de sus masas de afiliados era clara, a pesar de, por ejemplo, la dirección reformista de la UGT.  Hoy no hay partido de nuevo tipo. Las centrales mayoritarias de nuestro tiempo, CCOO y UGT, poco o nada tienen que ver con aquellos sindicatos. Los sindicatos modernos agrupan, en su mayoría, a una amplia gama de sectores de la aristocracia obrera, bien acomodada y sólo interesada en acaparar más poder bajo el régimen burgués.
[2]              Cuando Lenin escribe “La enfermedad infantil…” se está desarrollando todavía un grave enfrentamiento entre los comunistas, forjadores de la Comintern, y las organizaciones socialdemócratas, tanto las derechistas como las centristas. En ese contexto de combate con el revisionismo los bolcheviques entienden  que el “izquierdismo” es una enfermedad de crecimiento que se da en el seno de la Revolución frente a la decrepitud del revisionismo reformista, principal enemigo de la Revolución Socialista.

[3] V.I. Lenin, Saludo a los comunistas italianos, franceses y alemanes”. Publicado en el nº 6 de “La Internacional Comunista” en octubre de 1919. Obras Completas, t. X, Progreso. Moscú 1973.

[4] No resulta extraño que quienes exponen ante la clase un programa reformista, sean los mismos que defienden a capa y espada el parlamentarismo, los mismos que conciben el Partido Comunista como la unificación formal de los diferentes destacamentos comunistas, los mismos que siguen admirando al revisionismo soviético de los Breznev, Kosygin, Podgorni y cía. Y los mismos  que ponen mil excusas para conciliar con el social-imperialismo chino. Y todos, por supuesto, son los primeros en gritar contra lo que denominan, en ausencia de análisis marxista, “izquierdismo” que para ellos es la línea política marxista-leninista que hace boicot a las elecciones o se preocupa por aplicar el marxismo al movimiento comunista, defendiendo principios básicos del marxismo como  la dictadura del proletariado y la violencia revolucionaria.

jueves, 1 de mayo de 2014

(JCA/JCZ) Primero de Mayo, clase obrera y Revolución




Hoy, celebrando el Día Internacional de los Trabajadores, recordamos los sucesos de mayo de 1886 en la ciudad estadounidense de Chicago, en donde unos trabajadores fueron condenados a muerte y ejecutados en el contexto de una serie de luchas obreras, cuyo nexo era la reivindicación de la jornada laboral de 8 horas. Aquellos hechos impactaron al movimiento obrero internacional que tomó entonces el Primero de Mayo como un día marcado no sólo como recordatorio de los mártires de nuestra clase, sino también como un día de lucha. De hecho la jornada de 8 horas, si bien nunca ha llegado a materializarse por completo en los Estados capitalistas, hubo de ser adoptada formalmente por la clase dominante en muchos países para frenar el empuje del movimiento obrero y revolucionario. 
La juventud trabajadora tiene en nuestro tiempo la necesidad de estudiar, analizar y comprender no sólo los acontecimientos puntuales, sino la historia de la lucha de clases en su conjunto para que ésta pueda servirnos como referente en las tareas inmediatas que ha de enfrentar en la actualidad el movimiento revolucionario y para evitar que fechas como la de hoy sean vaciadas de contenido por los enemigos de nuestra clase y utilizadas para apuntalar aquello contra lo que los obreros de Chicago se levantaron hace más de un siglo. Por ello, aunque sea brevemente, nos parece importante repasar, precisamente hoy, el desarrollo político de la clase obrera.

La formación de la clase obrera

El proletariado se formó como clase social a lo largo del siglo XIX: el desarrollo del mercantilismo capitalista, el acceso de la burguesía al Poder, la creación y rápida extensión de la gran industria, la migración en masa del campesinado a la ciudad y el empobrecimiento del viejo artesanado abrieron el paso a una nueva clase, que no tenía, y no tiene, más remedio que vender su fuerza de trabajo para subsistir, en tanto los medios de producción están en manos de la clase capitalista. Las deplorables condiciones de vida de aquellas capas populares hacinadas en las periferias de las ciudades, donde generaciones enteras morían una tras otra de inanición, sin derechos políticos ni sociales, impusieron a éstas la necesidad de asociarse y organizarse en torno a sus condiciones económicas y sociales más inmediatas (salariales, de salubridad en el trabajo). En este contexto de asociación en torno a luchas económicas, a lo que se une la influencia política de la democracia radical, se forja la clase obrera que toma la conciencia en sí que se expresa en el surgir del movimiento obrero. El desarrollo de éste y la experiencia de la clase obrera al participar en las insurrecciones y crisis revolucionarias que se darán en Europa a lo largo de aquel siglo (es significativo el año 1848) politizarán y dotarán de conciencia a cada vez más capas de la clase obrera, cuya cohesión definitiva como clase social vendrá determinada no sólo por su posición económica con respecto a los medios de producción, sino por su toma de conciencia política, aun dentro de los parámetros establecidos, como sujeto social con unos intereses particulares frente al resto de clases sociales.
En la segunda mitad del siglo XIX tenemos ya a un amplio movimiento obrero que se está organizando internacionalmente mediante la acción sindical, que a su vez va recogiendo las enseñanzas de su actividad política. El mejor ejemplo de ello es la creación, en 1864, de la I Internacional, la Asociación Internacional del Trabajo (AIT). El proletariado seguirá adquiriendo experiencia en la lucha de clases y, a la vez que, ya en ese último tercio de siglo, crea los grandes partidos obreros de masas, los partidos socialdemócratas de la II Internacional, aprende (con la mentada revolución de 1848 y con la Comuna de París, 1871) que para alcanzar sus intereses políticos no puede utilizar el Estado erigido por la clase capitalista (cuyos intereses son diametralmente opuestos a los de los trabajadores), sino que éste ha de ser destruidos mediante la imposición de la dictadura revolucionaria del proletariado, la democracia más amplia que puede existir en tanto deja todo el poder en manos de la mayoría de la sociedad y crea las condiciones para socializar los medios de producción y acabar con las clases sociales.

La clase obrera y la revolución

Sin embargo aquellos partidos socialdemócratas no serían más que la extensión y consolidación de un tipo de organización que se identificaba con el período de formación de la clase obrera. Estos partidos ayudaron a politizar a la clase e incluso expandieron el marxismo como visión del Mundo de los oprimidos. Pero actuaban desde los viejos métodos, luchando por reformas y planteando que éstas debían ser implementadas por la propia clase obrera desde el Estado burgués.
 Al agotamiento político de ese tipo de organización se le une, en el plano económico, que el final de siglo verá como el capitalismo entra en su fase superior y se convierte en imperialismo, al repartirse todo el planeta y al convertir al capital financiero (como fusión del capital bancario e industrial) en director general de la sociedad burguesa, dividiendo el Mundo a imagen y semejanza de su propia sociedad: con unos cuantos Estados imperialistas y con una mayoría de países oprimidos. Esto es muy importante para observar la política de nuestro tiempo pues esas condiciones son las que permiten que en los países privilegiados surja una capa, dentro de la clase obrera, que se beneficia de la posición de su clase dominante en el plano internacional, y se alíe e integre en su Estado, gestionando la dictadura capitalista y aprovechando tal situación (la mejor representación de esto son hoy los sindicatos oficiales y los partidos reformistas). Esta capa se define como aristocracia obrera y sus intereses de clase cuadran perfectamente con la reforma del capital que proponía la socialdemocracia histórica y cuyas concepciones erróneas, dogmáticas y unilaterales con respecto al marxismo le dan el título de revisionista.
En este contexto, ya a inicios del siglo XX, surgirá el movimiento comunista. En Rusia se da una enorme lucha ideológica y política entre las distintas tendencias dentro de la vanguardia obrera, siendo la más solícita la que divide al partido socialdemócrata en mencheviques y bolcheviques. Los primeros identificaban las tareas de la revolución rusa de forma mecánica, en base a los postulados reformistas de la II Internacional. Los bolcheviques por su parte, ven las limitaciones de la táctica socialdemócrata y consiguen ir más allá: recuperan la tesis marxista sobre la necesidad de destruir la máquina estatal burguesa y la conectan con la forma de organización política que para ello necesita el proletariado. Sobrepasan al viejo partido de reformas y constituyen el partido obrero de nuevo tipo, el Partido Comunista, que es un amplio movimiento político organizado en el cual la vanguardia de la clase obrera expresa sus vínculos con el resto de la clase al hacer que tomen en sus manos el Poder y lo desarrollen desde los organismos de dictadura del proletariado, que por las condiciones concretas de Rusia tomarían forma en los Soviets. El partido proletario entonces deja de ser mero receptáculo de las demandas inmediatas de la clase obrera, para ser el sistema de organizaciones que unifican a los oprimidos con la puesta en marcha del programa revolucionario, ocupando la conciencia para sí, la conciencia revolucionaria el papel central en el desarrollo del plan político de la clase obrera, en detrimento de los postulados socialdemócratas y revisionistas que situaban la lucha por reformas, el movimiento espontáneo tal y como se expresa frente al capital, como el centro de su actividad práctica. Este desarrollo cualitativo que situó al proletariado revolucionario a la altura de sus tareas históricas dotándolo de los instrumentos de la revolución socialista (el partido comunista, la dictadura del proletariado), permitió tomar el poder a los obreros y campesinos rusos, siendo ésta la base sobre la que se constituye la Internacional Comunista y el Movimiento Comunista Internacional, en cuyo seno se desarrollarán importantes experiencias, como la Revolución en China, que permitió al proletariado mundial comprender la guerra revolucionaria como parte integral de la construcción de su movimiento político.

La revolución, hoy

La lucha de los mártires de Chicago, a los que recordamos este día, se circunscribe en el período en que el proletariado aún se cohesionaba como clase social y en donde las reivindicaciones económicas y, derivadas de éstas, socio-políticas, ocupaban el papel central del movimiento obrero. Sin embargo el desarrollo histórico nos ha mostrado que la centralidad de nuestro movimiento ha de partir de la conciencia revolucionaria, de la constitución del Partido revolucionario como reflejo de la unión entre la vanguardia y nuestra clase en aras de la lucha por la Revolución Socialista. El período actual se caracteriza porque nuestra clase carece de sus organizaciones revolucionarias. El movimiento obrero existente, incluidas aquí la mayoría de organizaciones que se definen “comunistas”, define su línea política en base a posiciones revisionistas, esto es, hacen girar su actividad política en torno a las reivindicaciones inmediatas de nuestra clase y pretenden desarrollar la “revolución” desde el reformismo. Esto cristaliza en su énfasis exclusivista en las huelgas o en elecciones parlamentarias, práctica que no sólo no conduce a la “revolución” sino que, como estamos viendo especialmente con la actual crisis, tampoco nos sirve para defendernos de las agresiones del capital.

El mejor homenaje que se puede empuñar para continuar el legado de los obreros de ayer y para luchar hoy y en el futuro por la emancipación de los oprimidos, anida junto a las tareas de la revolución. Éstas a su vez pasan por la organización sobre la base de la síntesis de la experiencia práctica revolucionaria y mediante la lucha ideológica y política en el seno de la misma clase organizada, la vanguardia. En definitiva, la revolución no está ni en volcarse en la siguiente huelga ni en presentarse a las próximas elecciones, la revolución pasa por organizarse y luchar por la reconstitución del comunismo.

Juventud Comunista de Almería
Juventud Comunista de Zamora


Primero de Mayo 2014