domingo, 25 de marzo de 2012

La única alternativa realista (sobre el 29-M)

            LA ÚNICA ALTERNATIVA REALISTA

            Todos los espejismos se han desvanecido. Todas las ilusiones se han disipado. Los sueños de clase media han quebrado. El martilleo de dictados gubernamentales y bursátiles durante estos años de crisis ha mostrado la verdad en toda su crudeza. Hay que estar ciego, o mejor, cegado por el miedo, para no verlo: vivimos bajo la dictadura del capital financiero. Y no es una exageración panfletaria, sino la realidad concisa y exacta, refrendada otra vez por la nueva reforma laboral.
            La respuesta en forma de huelga general de 24 horas se aparece como ridículamente insuficiente ante la avalancha de la derechona (a la que dejó el camino expedito el anterior gobierno). Y ello no es porque los sindicatos estatales  sean unos “traidores” que venden esta forma de lucha obrera. Para traicionar a ésta hay que formar parte de ella, y hace mucho que los sindicatos mayoritarios dejaron de pertenecer al mundo del trabajo. Pasaron a convertirse en parte del Estado capitalista que regula la correcta inserción de ese factor trabajo en el engranaje capitalista, además de garantizar el control del rebaño y la paz social. Esta reforma supone una estocada fatal para estos sindicatos que, fieles a su tradición, morirán negociando algunos de sus propios despojos, con los que alimentar su propia agonía. No en vano, los sindicatos mayoritarios no sólo ejercen como capitalista colectivo, sino que también tienen intereses privados propios (manejan millones de títulos en acciones en bancos, aseguradoras, fondos privados de pensiones...).
            Es de toda esa basura burguesa de la que se alimenta la propaganda de la derechona para lanzar sus vomitivas invectivas contra el sindicalismo. Por nuestra parte, nada tenemos contra que los obreros pujemos lo más alto posible por nuestra fuerza de trabajo. Es nuestro derecho, y si renunciáramos a luchar por nuestro pan nos desacreditaríamos moralmente para lanzarnos a misiones más ambiciosas. Pero éstas son precisamente las que nos interesan a los comunistas: un horizonte donde las clases sociales sean un recuerdo de una etapa de desarrollo de la humanidad felizmente superada.
            Sin embargo, el sindicalismo, incluso el auténtico, no puede ser un camino hacia ese horizonte, porque reproduce, aunque sea a mejor precio para el trabajo, lo que se trata de superar: el capital y el trabajo asalariado. Además, como estamos viendo, esta forma de lucha no sólo no ayuda a preparar la revolución, sino que tampoco sirve para resistir, para frenar la ofensiva del capital sobre nuestras condiciones de vida. Mienten quienes dicen a la clase obrera lo contrario: las numerosas huelgas generales en Francia y en Grecia en los últimos años, con un tejido social mucho más amplio y menos dependiente del Estado que el español, y su incapacidad para detener las medidas anti-sociales, lo atestiguan.
            Realmente, frente a la mistificación de tanto oportunista, lo que históricamente ha posibilitado la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, de la mayoría de la población, no han sido principalmente sus luchas inmediatas, sino el eco sobre éstas del avance del movimiento revolucionario. Así lo atestigua la historia, donde las fechas emblemáticas del pacto social que daría lugar a ese Estado del bienestar, tan adulado como burgués, coinciden con las de la pujanza del movimiento comunista revolucionario. Inversamente, la crisis y la derrota temporal de éste supuso el inicio del desmontaje de ese modelo sociopolítico, desmontaje cuyo acto final tenemos ante nuestros ojos. Así, la reforma, la mejora de nuestras condiciones de vida bajo el capitalismo, ha sido un resultado indirecto de la revolución: una cesión de la clase dominante ante la amenaza cierta de perderlo todo.
           Por eso, la única opción realista que tiene nuestra clase es volver a construir ese movimiento revolucionario. Es una tarea histórica que interpela primeramente a sus elementos más concienciados. Debemos recuperar una palabra tan denostada como Revolución, volver, como ya se hizo una vez, a fundamentarla científicamente, a demostrar su posibilidad y necesidad. El material para esta tarea debemos buscarlo en nuestra propia historia, en la historia de lucha revolucionaria del proletariado. Ésa es la primera tarea, ideológica por fuerza, sacudirnos y vencer el espíritu de una época derrotista, precisamente porque está fundada en la derrota del primer intento histórico de emancipación del proletariado.
            Volver a levantar el movimiento revolucionario de la clase obrera, reconstituir el comunismo; o bien la miseria y el oscurantismo de la barbarie que ya se entreve frente a nosotros: he ahí, como ayer y como mañana, la disyuntiva.

“Si no actuaran las fuerzas radicales, los factores del compromiso seguirían otros derroteros”
Karl Liebknecht

Este texto es una octavilla elaborada para la jornada de Huelga General 
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REVOLUCIÓN PROLETARIA